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WADI RUM, Jordania.— El calor es tan intenso —casi 40° C de temperatura— que resulta un tesoro la diminuta botella de agua que compré en la tienda de una especie de terminal de autobuses. Ésta marca el inicio del más famoso desierto jordano. El desolado y silencioso paisaje, casi marciano, sirvió como base de operaciones del teniente del ejército británico Thomas Edward Lawrence —conocido como Lawrence de Arabia— durante la rebelión árabe de 1917 a 1918.
Wadi Rum no solo guarda historia. También es uno de los puntos turísticos más importantes y místicos del Medio Oriente.
El contenido de la botella disminuye mientras observo el desierto en la parte trasera de lo que los beduinos llaman “vehículos cuatro por cuatro”. No son más que simples camionetas de carga acondicionadas para llevar hasta seis pasajeros. Adelante cabe uno más, junto al conductor, pero es el menos ocupado, porque la vista desde ahí no es tan privilegiada: la inmensidad de este valle no puede asimilarse igual.
Se trata del sur de Jordania, a unas tres horas y media en automóvil de Amán, la capital. El calor es seco, pero aumenta conforme los vehículos avanzan dentro de los 720 kilómetros cuadrados que conforman un sitio en el que apenas nacen unos cuantos arbustos. La arena rojiza crea un tapiz casi interminable, hasta topar con riscos de texturas rudas y lisas y dunas enormes, esculpidas por los fuertes vientos de la noche, justo cuando Wadi Rum ofrece su rostro más seductor.
Los beduinos —cubiertos con el característico turbante que los protege de la arena, las altas temperaturas y el sol— sonríen. Hay una sorpresa justo detrás de uno de los cañones. La promesa es pasar la noche en el desierto, pero no en bolsas de dormir. Tampoco pasaré frío, ni tendré que convivir con insectos.
Tienda de lujo
La aventura consiste en dormir en campamentos instalados en pleno desierto, cuyas tiendas de campaña, al estilo beduino, pueden reservarse por internet. No hay demasiadas comodidades, pero no hacen falta.
El olor a café con cardamomo, las enormes tiendas y los beduinos que tocan música típica en el centro de la enorme sala que también sirve de comedor, con cojines y mesitas casi al ras del suelo, inspiran calidez.
La sorpresa es mayor al entrar a mi tienda. Sí, está hecha de tela, pero sostenida por varillas, con chapa en la puerta y energía eléctrica. Tiene dos camas (matrimonial e individual) y algo que en verdad se agradece: baño propio, equipado con un potente calentador y hasta cancel en la regadera. Todo el piso de la habitación es de loseta. Es un hotel en el desierto.
Hay que advertir que no todos los campamentos son así. En muchos, solo hay camas dobles dentro de las casas de campaña y los sanitarios son comunales.
El frío de la madrugada pasará a segundo término al meterme entre las sábanas.
Para la cena, los anfitriones prenden una fogata y preparan un buffet que incluye el tradicional hummus (puré de garbanzos cocidos con jugo de limón), cordero y pollo asados, arroz, pan árabe, postres, refrescos, agua y café. La sala también está acondicionada con las típicas alfombras del Medio Oriente.
Varios campamentos también ofrecen cerveza y la bebida nacional, el arak: un destilado con sabor a anís.
La hazaña de montar un dromedario
Pero esto no solo es lo atractivo. Además de trepar algunas dunas y pequeñas montañas, se puede dar un paseo en dromedario, familiar del camello y especie que desde hace varios siglos ha sido empleada como medio de transporte en esta región del mundo.
Los beduinos organizan tours que duran poco más de media hora. Incluyen un recorrido por el desierto y la posibilidad de descender del dromedario a la mitad del camino para descansar.
Otros más ofrecen vuelos en globo, excursiones para ver pinturas rupestres y subir al Puente de Burdah, un arco de roca tallado por el viento.
Subirse a un dromedario es más complicado de lo que parece.
Hay de diversos tamaños de rumiantes y son designados a cada integrante de la expedición conforme a su talla. No son animales de fácil domesticación y no les agrada sentirse dominados por extraños, así que siempre deben ser controlados por un beduino cuando alguien intenta subirse a su joroba.
Son de complexión muy robusta, así es que debe abrirse mucho el compás al montarlos, lo que hace cansada la experiencia.
Cuando se levantan es uno de los momentos más cruciales. Los dromedarios se agachan doblando sus largas patas. El proceso para incorporarse consta de tres breves, aunque violentas etapas. Lo hacen tan rápido que, quien está arriba de ellos, corre el riesgo de ir al suelo si no se sostiene con fuerza.
Una vez arriba, la sensación es maravillosa. Se respira paz. Una cuerda une a varios dromedarios en grupos no mayores a seis, y siempre van adelante los más salvajes.
Bajarse es toda una hazaña. También se agachan en tres etapas. La primera es la más peligrosa porque inclinan intempestivamente cabeza y cuello. El riesgo de caer de boca es mayor si uno no se pone listo. Varios gritos y risas nerviosas se escuchan en ese momento.
De vuelta en el campamento, la cena consta de un símil de barbacoa. También colocan el cordero y el pollo en un horno en el suelo que tapan con hojas de plátano. Se acompaña con arroz.
Ha pasado el crepúsculo y los beduinos se agrupan en el centro de la sala para cantar y bailar. La energía eléctrica es muy preciada aquí, por lo que el switch se baja a las 11:30 de la noche. Es entonces que se prende el cielo, gracias a las incontables estrellas y, a veces a la Vía Láctea, que adornan el firmamento jordano. Algunas son fugaces, lo que otorga una dosis de romanticismo.
Entrada la madrugada llega la hora de dormir. No hay insectos ni sufrimiento.
Se recomienda al viajero comprar provisiones para la noche, por si le da sed, ya que el lobby volverá a estar abierto cuando regrese la energía eléctrica (a las siete de la mañana). Al día siguiente, antes de partir, no hay nada más agradable que un regaderazo de agua caliente.
Es momento de tomar las últimas instantáneas de los Siete Pilares de la Sabiduría, la montaña más famosa de Wadi Rum por sus extrañas formas. Esta mole lleva el nombre del libro escrito por Thomas Edward Lawrence, inspirado por este valle desértico en el que pasar la noche ya es más comodidad que aventura extrema.
GUÍA DEL VIAJERO
Vuelos. En kayak.com.mx puedes comparar tarifas y tiempos de vuelo de las aerolíneas que ofrecen rutas de la Ciudad de México a Amán. Por ejemplo: Si reservas un asiento en clase económica con British Airways para viajar a mediados de enero de 2017, la tarifa es de 20 mil 300 pesos (incluye impuestos).
Visa. Se tramita al llegar al aeropuerto de Amán. Cuesta 40 dinares jordanos (unos 57 dólares, aproximadamente).
Moneda. Un dinar jordano equivale alrededor de 1.41 dólares (20.74 pesos al cierre de esa edición). El mejor lugar para cambiar dólares en Amán son las casas de cambio del centro de la ciudad, porque ofrecen precios un poco más bajos que en el aeropuerto o en los hoteles. La mayoría de los taxistas acepta dólares estadounidenses. Una cerveza puede costar cinco dinares (145 pesos).
Campamento. Rahayeb Desert Camp. En su sitio puedes consultar tarifas y actividades. En el desierto organizan vuelos en globo y ultraligero, paseos en cuatrimoto, observación de estrellas, además de tours a otros destinos de Jordania. www.rahayebdc.com
Sitios oficiales de turismo: visitjordan.com y wadirum.jo