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MONTREAL, Quebec.— El vino calienta los corazones de los montrealeses durante el invierno. Pero un tarro de cerveza los despierta y les dice que el verano ha tocado sus puertas. Es tiempo de picnics electrónicos, grafitis, food trucks, festivales, paseos en bici… En fin, son tiempos de fiesta. Y de fiesta está mi corazón al recorrer dos barrios que saben mostrar lo multicultural y fascinante que es Montreal, la segunda ciudad más grande de Canadá.
De cerveza en cerveza
Mediodía y comienza mi tour por el Barrio de los Espectáculos. Llego por la estación del metro Berri-Uqam. Años atrás era conocida como ‘zona roja’, llena de cabarets, cines y casinos que le daban entretenimiento a locales y turistas, sobre todo de Estados Unidos, pues Montreal se convirtió en un destino preciado durante la era de la prohibición en el país vecino.
La fama del barrio fue cambiando poco a poco, los centros de espectáculos y talleres artísticos se quedaron, los demás cerraron.
Así, me encuentro en un sitio que durante todo el año realiza más de 40 festivales y que, de mayo a octubre, ofrece recorridos gratuitos a pie, y un tour de cervecerías artesanales.
Camino sobre la avenida Saint-Denis buscando el pub Le Saint-Bock, ahí está Danny dando los últimos detalles del tour. Habla francés (lengua madre de la provincia de Quebec) y también español. Me dice que aún alcanzo lugar en el grupo, aunque lo correcto es reservar con dos días de anticipación. Entro a la primera cervecería.
Lámparas cónicas iluminan un amplio salón rojizo con gabinetes en cuero negro. Le Saint-Bock es uno de los mejores sitios para encontrar más de 40 variedades de cervezas artesanales en tan solo un día. Tiene una carta con más de 600 botellas de varios países. Pruebo únicamente tres.
Danny me enseña a distinguir color, aroma, sabor y los alimentos que, mezclados con la bebida, hacen fiesta en el paladar; el poutine logra su cometido. Ese revoltijo de papas fritas con cubitos de queso cheddar y salsa de carne es un clásico, el equivalente, en México, a unos buenos tacos al pastor.
Cambiamos de lugar, a unos cuantos pasos está L’Amère à Boire, entre una condonería y una boutique con ropa de diseño. Aquí probamos cervezas de trigo y las acompañamos con quesos.
Entre pausas, me entero que el barrio aloja la casa de la Universidad de Quebec, el Museo de Arte de Contemporáneo, la Cinemateca, la Plaza de las Artes, la Gran Biblioteca y otros 80 sitios culturales. Por las noches, en las fachadas de 20 edificios se proyectan videos o se juega con luces para destacar las curvaturas de su arquitectura.
Al salir, caminamos por la avenida Sainte Catherine, para encontrarnos un edificio de cristal uniéndose en dos triángulos, se llama La Vitrine. Es una gran taquilla para adquirir entradas de última hora a todos los espectáculos del barrio.
De noche, esta misma avenida se ilumina con puntos rojos para crear una alfombra que recuerde los ayeres ‘oscuros’.
Llegamos al cruce con Jeanne-Mance, en esa esquina se encuentra la Plaza de los Festivales, el escenario donde se realiza, de finales de junio a julio, el Festival de Jazz. Es uno de los eventos más populares de la ciudad y del barrio. Logra reunir en tan solo 10 días más de 3 mil artistas que muestran, gratuitamente, su arte al aire libre.
Junto a la plaza también está el Paseo de los Artistas. En verano, se hacen instalaciones para que los visitantes jueguen, como 21 Balançoires, columpios gigantes para quedarse ahí un buen rato recordando la infancia. El juego se terminará hasta octubre.
No vamos a la Plaza de la Paz porque retrasaría nuestra llegada a la última cervecería del tour, pero Danny me cuenta que ahí se proyecta cine bajo las estrellas. El evento se realiza todos los martes a partir de las nueve de la noche. Quizá regrese, quizá no, pero al menos tengo la esperanza de ver una función de cine al aire libre antes de que el ciclo termine en septiembre.
A paso lento, seguimos caminando por la calle Jeanne-Mance para visitar otro barrio.
Cruzamos el Parque de La Fuente. La atmósfera de decadencia (y “con onda”) cambia radicalmente. Es parecida a la Roma del DF.
Encontramos casas de formas y colores en diferentes estilos arquitectónicos: de los lofts a los cottages, hileras de casas de estilo europeo con sus techos puntiagudos de teja roja; hay callejones que parecen diminutos jardines. Hemos llegado al barrio Le Plateau.
Grafitis y bandas alternativas
Sobre la avenida Sherbrooke, en el número 245, la bóveda de un exbanco se transformó en sala de catas y maridajes. Es el gastropub Benelux, que entre tambos negros de cerveza y tubos azules de aire acondicionado, como detalle arquitectónico, destaca por reunir almas intelectuales de entre 25 y 40 años que salivan por una oscura amarga con chocolates, como maridaje.
El tour de cervezas termina con el último trago de Les Voleurs, una mezcla burbujeante de miel con hierbas. Danny se despide, no sin antes mencionarme los sitios imperdibles de este barrio.
Le Plateau es hippie; músicos, diseñadores, escritores y ambientalistas habitan sus calles. Los artistas le han dado color a sus muros con más de 50 grafitis ubicados a lo largo del Boulevard Saint-Laurent. La arteria cruza la ciudad de este a oeste y es la más larga, con 15 kilómetros.
Es sobre este bulevar donde se descubren boutiques inspiradas en la moda europea, como Kitsch Swell; venta de ropa vintage y de segunda mano sobre la banqueta, restaurantes con terraza que dejan entrar a uno con su propia botella de vino sin cobrar descorche (para eso hay que buscar el letrero “Apportez votre vin”); incluso, hay cines sólo para adultos.
En esta calle también han nacido bandas alternativas de rock indie, como Arcade Fire. La Sala Rossa fue su plataforma al estrellato.
Las puertas se abren a las cinco de la tarde. El segundo piso del edificio es un bar de tapas y en el tercero está lo bueno. Sin importar el día, se presenta un recital de poesía o un espectáculo de flamenco, un concierto de jazz y hasta un concurso de breakdance.
Otro imperdible es el Cinéma Excentris, un lugar para descubrir lo mejor y lo más innovador del cine de autor, no solo de la provincia de Quebec, sino de todo el país y el mundo. Para encontrar boletos hay que esperar más de media hora en la fila de la taquilla.
Muy cerca, está Schwartz’s Deli, un paraíso gastronómico sin pretensiones que cocina los mejores sándwiches de carne ahumada, desde 1928. El combo de emparedado con papas fritas cuesta 12.50 dólares canadienses.
En el cruce de Saint-Laurent y avenida Mont-Royal, encuentro un piano público, pero más adelante hay otro y unas cuadras más, otros tantos. Los pianos públicos son insignia del verano montrealés.
Los instrumentos fueron donados por la alcaldía para ser rescatados y darles una segunda oportunidad. Así, cualquiera puede tocarlos o esperar a que se presente el concierto al unísono, donde artistas interpretan, al mismo momento, la misma canción, en todos los pianos.
Con La vie en rose, de Edith Piaf, sonando en mi cabeza, me siento en la terraza de Romeo Pizzeria hasta que llega la noche. Regreso al hotel en bici, un transporte que saldrá de circulación cuando llegue, nuevamente, el crudo invierno.
GUÍA DEL VIAJERO
Vuelo: Air Canada. Vuelo redondo y directo desde 840 dólares estadounidenses. Tiempo estimado de viaje: cinco horas. A bordo, servicio gratuito de agua y refrescos. Alimentos y bebidas alcohólicas tienen cargo extra. Web: www.aircanada.com
Dónde dormir: Hotel St-Denis, en el Barrio de los Espectáculos. Habitaciones desde 100 dólares canadienses por noche. Web: www.hotel-st-denis.com
Bed & breakfast Le Clic, en el barrio Le Plateau. Habitación compartida desde 26 dólares, jugo y fruta fresca por las mañanas. Web: www.giteleclic.com
Renta de bicicleta: Bixi Montreal. Cinco dólares canadienses por 24 horas. Pago únicamente con tarjeta de crédito. Web: montreal.bixi.com
Moneda: Un dólar canadiense equivale a 12.96 pesos.
Más información: www.tourisme-montreal.org