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graciela.sanchez@eluniversal.com.mx
Tiene ante sí un cuerpo tendido en una camilla, una espalda que clama por alivio, el que ella puede brindar con unas manos que hoy califica como mágicas y que le han servido para ayudar a muchos.
Mónica del Real Jaime encontró en la quirofísica un modo de vida, después de varios años de intentar descubrir su vocación, de tocar puertas y luego de entender que los deportistas de alto rendimiento, “pasan de moda”.
Convertirse en maestra de taekwondo nunca fue una opción para la triple medallista en Campeonatos del Mundo (1991, 1995 y 1997), “porque terminé muy saturada, enojada con ese deporte, con toda la comunidad del taekwondo parecía un Grinch”, recuerda hoy divertida.
Su enojo no era para menos, Mónica tuvo una desangelada despedida, al caer en su primer combate en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, cita en la que el taekwondo fue oficial por primera vez. Su despedida fue triste porque previo a la cita la relación con el entrenador Eu Seok Hong se fracturó.
En 1998 se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha”. Y tuvo que ir al quirófano.
Pero la cirugía no fue lo más crítico, sino la recuperación. Sin embargo, pudo más su determinación, “porque si yo regresaba al cien por ciento era para estar en Juegos Olímpicos”, dice Mónica.
Llegó Sidney 2000 y aunque vivió un proceso difícil, clasificó en la categoría de -70 kilos.
No sabía que tendría que vivir un calvario, “en ese entonces entró la iniciativa privada a apoyar a los deportistas, entonces la federación y el entrenador pidieron un porcentaje de los apoyos, yo dije que no estaba de acuerdo y ese fue mi error, decirle al entrenador… me la pasé ‘buleada’ toda la preparación... físicamente llegué bien, pero psicológicamente muy disminuida”.
El 19 de septiembre de 2000 entró por última vez al tatami y perdió con la británica Sarah Stevenson.
Viajó a Tasmania para recapacitar sobre su vida, estuvo ahí 10 días en los que se preguntó ¿y ahora qué?
Llegó el momento de tocar puertas que no se abrieron. Fue colaboradora de Carlos Mercenario en el Instituto del Deporte del Estado de México, vivió un año sabático en Canadá, pero seguía sin encontrarle razón a su existencia.
Hasta que el doctor Juan Manuel Herrera (en ese entonces director de Medicina y Ciencias aplicadas en Conade), la invitó a trabajar en el servicio médico (2013). Su labor sería convencer a los deportistas paralímpicos de atender sus lesiones.
Así descubrió su vocación. “Empiezo a preguntar a mis compañeros fisioterapeutas dónde estudiaron y veo que estudiar quirofísica me queda bien por horario, costos; quería ser más útil para ayudar en las terapias a los paralímpicos, entonces me nombran coordinadora del servicio de fisioterapia”.
Pero deseaba más. Llena de miedo se aventuró a rentar su propio espacio, y no se equivocó.
Hoy vive agradecida; con varias técnicas ayuda a aliviar músculos, tendones y ligamentos, “recorrí un largo camino para encontrar mi vocación, a algunos les puede tomar menos. Pero saber que con las manos puedo ayudar a la gente a recuperarse es algo mágico”.