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Todos corrieron a abrazarlo después del silbatazo final del árbitro Fernando Guerrero. El joven contención Víctor Guzmán fue quien marcó el gol (93’) que dio al Pachuca su sexto título de Liga, pero el hombre que le acercó a ese plateado trofeo que hoy presume es Óscar Pérez.
Eterno ‘Conejo’ capaz de sostener a un grupo de chicos que lucían derrumbados anímicamente. Fue lo de menos. Con 43 años de edad, el guardameta de los Tuzos esperó 18 años y medio (37 torneos cortos) para volver a embriagarse con el néctar de la gloria, ese que recorrió sus mejillas cuando el 'Pocho‘ se elevó en el área para vencer a Jonathan Orozco y resquebrajar los corazones que aún soñaban con el ese tanto de último minuto, mas en el otro arco. En el peor de los casos, se resignaban al alargue. Perder la final en 180 minutos jamás fue un escenario contemplado.
Casi todos los hidalguenses lucían en la misma sintonía. Todos excepto su portero, quien nunca se cansó de arengar a ese plantel cinco estrellas que fue superado por uno lleno de chicos y liderado por un hombre todo terreno, capaz de reinventarse dentro y fuera del lienzo verde.
Empate (1-1, 2-1 global) que colocó al Pachuca, en solitario, como el sexto club más ganador en la época profesional del balompié mexicano. Primer título logrado desde el Clausura 2007…
Tercero con el Cerro de la Silla como desolado testigo.
Ironías del futbol: los Tuzos han levantado el trofeo de campeón más veces en Monterrey (las dos anteriores fueron contra los Tigres en el Invierno 2001 y el Apertura 2003) que en el estadio Hidalgo (Clausuras 2006 y 2007).
El de anoche fue gracias a la mejor versión de Pérez. Interminable arquero con corazón de guerrero y alma de niño. Llamó la atención de sus compañeros en varias ocasiones, pero jamás dejó de sonreír. Para él, esto nunca ha dejado de ser un juego. Nueva proeza en su carrera. Además de ser el único jugador que queda en activo de aquellos que dieron al Cruz Azul su más reciente coronación (Invierno 1997), ahora es el futbolista más veterano que da la vuelta olímpica en la historia de la hoy llamada Liga MX (43 años y 118 días).
Hizo siete atajadas, como en sus mejores tiempos. Ninguna como aquella triple en la que materializó el segundo milagro dentro de su área en un lapso de cuatro minutos. Primero detuvo el zapatazo de Dorlan Pabón; después, los dos intentos de Rogelio Funes Mori (37’). La mayoría de los 53 mil 500 asistentes al inmaculado estadio BBVA Bancomer todavía lamentaban el penalti fallado por Edwin Cardona (33’), quien volvió a demostrar que hasta los hechiceros más efectivos tienen un lado muy oscuro.
Ese que el Monterrey pareció olvidar con el bombazo de Pabón que le dio vida (39’). El atacante colombiano recogió una ejecución de saque de esquina y se abrió espacio de la derecha hacia el centro del campo. Su zapatazo, desde los linderos del área, fue inatajable para ese calvo paladín.
Único daño en el marco custodiado por el ‘Conejo’, cuyas atajadas se agigantaron en el ocaso. Con un hombre menos durante más de un cuarto de hora, por la expulsión de Aquivaldo Mosquera (73’), los Tuzos no sólo se las ingeniaron para controlar el esférico. De a poco, se acercaron a la otra portería.
Pero fue hasta que Guzmán, a servicio de Emmanuel García, que Diego Alonso desahogó su nerviosismo con el grito más intenso de su corta carrera como entrenador. Fue el primer remate a portería de los Tuzos… Suficiente para completar la media docena de éxitos. Los Rayados hicieron ocho, pero casi siempre estuvo Pérez listo, aferrado a ese enorme deseo de no decir adiós sin volver a ser campeón.
Y ahí, en la zona técnica, el estratega uruguayo de los visitantes también escribió su propia historia. Nunca antes un timonel no nacido en México había llevado al club a la cúspide. Los anteriores fueron Javier Aguirre, Alfredo Tena, Víctor Manuel Vucetich, José Luis Trejo y Enrique Meza.
Habían pasado nueve años desde la más reciente vez. En ese entonces, las ‘joyas’ ayer empequeñecidas Érick Gutiérrez e Hirving Lozano tenían 13 de edad y Rodolfo Pizarro 15, pero el ‘Conejo’ ya era una leyenda, esa que se hizo todavía más grande con una actuación que ya es clásico instantáneo. Por eso cerramó lágrimas de alegría. Sabe bien que este título, el sexto de sus hoy queridos Tuzos, se debe –en gran parte- a él.
hgm