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En la soledad del palco de la visita observa de lejos a sus compañeros en pleno calentamiento. Cómo le gustaría estar ahí, pero sabe que se lo ganó.
Andrés Andrade, el ‘Rifle’, está solo minutos antes del partido. Un ventanal lo separa de la gente. No aparta la vista del horizonte. La afición le pide fotos, a todos les dice que sí, mientras dibuja una falsa sonrisa.
El delantero no entiende el porqué lo castigaron. Para muchos futbolistas, fingir faltas es parte del juego, y es que la moral y la ética no existen en la cancha.
La gente de León pasa y le grita… “ya ves… por tramposo”, y al mismo tiempo le piden que pose para la foto, y es que también entre la afición hay doble moral.
El estadio de León, lleno de historia, tradición y poca remodelación, se llena de a poco. Y el ‘Rifle’, en medio de tanta gente, se siente más solo que nunca. Tiene muchas ganas de jugar y es el único que no puede hacerlo.
Pocas muestras de violencia alrededor del estadio. En la avenida principal algunos leoneses chocan con un camión que trae a múltiples aficionados americanistas. Cerca de 600 elementos de seguridad fueron designados para controlar a las masas. Del otro lado, las porras defeñas entran en forma ordenada al inmueble.
El ‘Rifle’ al fin es acompañado. La directiva americanista en pleno llega al lugar. Ahí están Ricardo Peláez, Pepe Romano y alguno que otro colado en tonalidades amarillas. El arribo del grupo desata la furia de la muchedumbre: “Peláez, cuánto valen”, le gritan… “Peláez, eres un ratero”, lo acusa… “Peláez, hijo de la…”, lo insultan. Éste apenas sonríe y se levanta para saludar a la porra, que lo saluda. Ya nadie se acuerda del ‘Rifle’. Peláez absorbe todos los reproches de la gente. “Maldito ratero”… “Cuánto les diste”; “sólo así ganan”, le dicen cuando el árbitro pita en contra. “Nos vemos a la salida”.
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