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daniel.blumrosen@eluniversal.com.mx
A ellos, sobre todo los que portan las elásticas auriazules con el gigantesco puma en el pecho, les indigna que el encuentro no sea elevado a la categoría de ‘clásico’. Porque la jornada en Santa Úrsula y sus alrededores tiene todos los condimentos de uno: intensidad, numerosas aficiones, palpitaciones aceleradas, antagonismo entre los contendientes, pero también hay temor… Y mucho.
Es el genuino ‘clásico del miedo’, el que obliga a la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) a desplegar cuatro mil 500 elementos para intentar mantener el orden. La cifra casi duplica a los dos mil 500 empleados en el Real Madrid-Barcelona de ayer, ese que lucía como blanco obvio para un nuevo atentado terrorista.
Amenaza de la que el cotejo entre el América y los Pumas está exento, pero el numeroso operativo no alcanza para que la tarde ocurra sin incidentes. No hay modernos explosivos, mucho menos armas sofisticadas, no son necesarios. Los puños, unos envases de cristal y el amor por un equipo llevado más allá del límite permitido bastan para que diversas reyertas detonen antes y durante el encuentro.
Hay algunas butacas sin ocupar en el hogar del ‘Monstruo de las 100 mil cabezas’. Las gradas destilan pasión, pero la primera anotación del ‘clásico’ es marcada por el temor.
Sentimiento experimentado por quienes atienden en las taquillas. Hay boletos disponibles, pero la venta es suspendida abruptamente debido a la confrontación entre policías y seguidores universitarios. Es entonces que la reventa toma fuerza.
A quienes carecen de entradas no les queda de otra más que indagar cuánto cuestan en el mercado negro. El problema es que los revendedores ya saben que las ventanillas fueron cerradas, así es que piden hasta dos mil pesos por ‘tickets’ con valor original menor a los 500. Pocos compran.
Muchos corren, sobre todo si los colores que portan en la camiseta están en disminución numérica con relación a quienes se encuentra camino a la tribuna o la salida. No hay una pelea de gran magnitud, pero sí muchas pequeñas con heridos.
Casi todas en el estacionamiento. Los peores librados son algunos niños con uniformes amarillos. No, tampoco hay clemencia con ellos.
Los granaderos empleados para resguardar al pueblo azul y oro ubicado en la parte superior de la cabecera sur son quienes se llevan la peor parte. Sostienen varios intercambios de golpes con los barristas antes de que el árbitro Isaac Rojas dé el silbatazo inicial.
Estampas del ‘clásico del miedo’, al que los Pumas llegan de manera ‘sui géneris’. Justo antes de salir del hotel en el que se concentraron, el autobús que los trasladaría al Estadio Azteca se avería. Hay que improvisar y viajan como lo hacen las Águilas cuando visitan Ciudad Universitaria: en camionetas. Ironías del futbol.
Incidente que no merma el espíritu de los dirigidos por Guillermo Vázquez; tampoco el de su gente. La multitud de sangre azul y piel dorada dedica una porra a cada titular durante el calentamiento. Los gritos de aliento cimbran al coloso conforme se acerca el inicio.
La barra del América contesta hasta que rueda el balón, muy tarde. Ha perdido esa batalla, aunque el verdadero ganador de este ‘clásico’ vuelve a ser el miedo.