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daniel.blumrosen@eluniversal.com.mx
Faltaba poco más de medio año para la inauguración de la XIII Copa del Mundo, pero el olor a muerte aún era intenso en la ciudad de México.
Dos meses después de aquella trágica mañana de septiembre, los estragos provocados por el terremoto más devastador en la historia del país seguían presentes. El comité organizador del máximo evento futbolístico dudaba de su realización... Hasta que se reunió con el entonces Primer Mandatario, Miguel de la Madrid.
El dolor que dejaron esos fatídicos segundos no cesaba, por lo que el Mundial lucía como paliativo perfecto y ocasión ideal para demostrar que la catástrofe se superaría. Sí, México 1986 fue el campeonato del alivio en millones de corazones.
“Hubo un momento en el que se dudó que pudiera pasar. Faltaba muy poco tiempo para el evento y en los días después del temblor quedaba poco claro si esto era un tema del que el país pudiera recuperarse”, narra una fuente cercana al comité organizador de ese Mundial. “La realidad es que hubo un compromiso por ahí de noviembre en el que el presidente De la Madrid, junto con el comité organizador y la FIFA, tomó la decisión de que, al contrario, al país le vendría muy bien, en su ánimo y de cara al mundo, que el evento se realizara, a pesar de lo trágico que había sido lo sucedido”.
Fue entonces que se retomaron los trabajos. Las secuelas del terremoto alcanzaron a la Copa del Mundo, cuya organización estuvo detenida durante casi 60 días. En ese momento, México tenía otras prioridades.
Las de la justa futbolística no tenían que ver con los estadios, que no sufrieron mayores percances por el movimiento telúrico. De los 12 designados para albergarla, tres se ubicaban en el Distrito Federal y su área metropolitana: Azteca, Olímpico Universitario y Neza ‘86.
“Hubo un par de días en los que el país estuvo incomunicado por lo que le sucedió al edificio de Telmex”, recuerda la fuente. “Sí hubo, entre noviembre y diciembre, una revisión verdaderamente exhaustiva de absolutamente toda la infraestructura de telecomunicaciones, con el fin de garantizar que sí iba a haber las condiciones para que se diera el evento”.
“En el fondo, checar los estadios y la parte de cancha era relativamente sencillo, pero [debías] asegurarte que la señal [de televisión] iba a salir, que los periodistas iban a contar con las líneas telefónicas y de fax, que era lo que se usaba en aquel entonces. FIFA trajo expertos a cerciorarse de que aquello iba a suceder como Dios manda”.
Incertidumbre de la que no estaban ajenos los integrantes de la Selección Mexicana. Es cierto que el entonces director técnico, Velibor Milutinovic, todavía realizaba pruebas para delinear su nómina mundialista. Había algunos futbolistas que se sabían seguros en ésta, aunque no de poder defender la elástica nacional ante su gente.
“Después de todo eso viene el Mundial en un país que, un año atrás, había estado casi destruido... La verdad, dudaba que se fuera a hacer, pero fue un aliciente para todos los mexicanos, algo muy bonito y una motivación extra para todos nosotros”, comparte Fernando Quirarte, autor de dos goles en México 1986.
“No se canceló la Copa del Mundo. Pensábamos que podría ser así, pero no se dio”, respalda Manuel Negrete, cuyo tanto de tijera, frente a Bulgaria en el ‘Coloso de Santa Úrsula’, es un clásico en la historia de los Mundiales. “La encaramos y el equipo mexicano mostró mucho carácter en ese momento”.
“Pensábamos en dar lo mejor de nosotros para que el público estuviera contento con el equipo, poder aspirar a un campeonato del mundo, que la gente disfrutara del futbol espectáculo y se olvidara un poquito de todo lo que había pasado”.
Cambiarla de sede habría representado otro duro golpe para la Federación Internacional de Futbol Asociado. México recibió la encomienda de albergarla sólo tres años antes, tras la declinación de Colombia.
Es por eso que el órgano rector mantuvo irrestricto respaldo.
“La realidad es que FIFA fue muy solidaria, sobre todo al principio, y entendió la magnitud del problema”, asegura la fuente cercana al comité organizador. “No había una razón inmediata para pensar en llevarte el evento, como hubiera podido ser que se cayeran cuatro estadios de los que necesitabas... Algo que hubiera hecho, en términos de tiempo, verdaderamente irreparable la situación. Las fallas de comunicación eran algo en lo que se trabajó”.
“FIFA tuvo paciencia y, en la medida que pudo ir comprobando que sí iba a estar el asunto, nunca amagó con tomar una decisión diferente”.
Postura que respaldó a la del Gobierno mexicano, siempre convencido de lo importante que era el evento.
Al igual que los elegidos por Milutinovic, quienes se asumieron como portadores de alegría para la gente que seguía golpeada anímicamente.
“La celebración del Mundial... Sí hacía falta para darle una alegría a todo el pueblo mexicano, después de tantos fallecidos y desgracias que acontecieron en este terremoto”, asegura Hugo Sánchez, máxima figura de ese Tricolor y autor de un gol contra Bélgica. “Por supuesto que el Mundial podría paliar esa desgracia y lo conseguimos, ya que distrajo de una manera tal...”.
“No sirvió para todas las personas que perdieron a familiares en este terremoto. No sirvió, ni nunca servirá un evento en el mundo, para olvidar esa tragedia, aunque —en cuanto al país— sirvió para distraer y dar un cierto alivio, el cual nunca existirá ni se recuperará, por tantas pérdidas que hubo en ese terremoto”.
Consecuencias que pudieron alcanzar al máximo evento futbolístico del orbe, cuyo comité organizador tuvo claro que sí se efectuaría hasta noviembre de 1985, cuando se reunió con el presidente De la Madrid.