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Eternamente coronada de un ardiente flequillo, Sonia Rykiel, quintaesencia del punto confortable, empezó en el prêt-à-porter por casualidad y acabó transformándolo con prendas desenfadadas pero sensuales, con una apuesta constante por la comodidad lejos de toda tendencia.
La de Rykiel es la historia de cómo una mujer nacida en el seno de una familia acomodada, que no quería trabajar y solo aspiraba a tener diez hijos, acabó vistiendo a generaciones de mujeres que podían permitirse buscar, también en la moda, la emancipación.
Diseñar no entró en sus planes hasta que, embarazada de su primer hijo, no encontró ropa a su gusto.
Terminó por diseñar y encargar sus propios jerséis de punto pero encontraba el resultado "demasiado ancho o no lo suficientemente ancho, o los hombros demasiado grandes, o las mangas demasiado cortas", hasta que al final, tras siete intentos, "fue perfecto", recordaba al diario británico "The Guardian" en 2013.
Había nacido el emblema Rykiel, el jersey ajustado de punto y los vestidos premamá que vendería en la tienda de su marido en el distrito XIV de París.
El éxito fue inmediato, uno de sus jerséis apareció en la portada de la revista Elle cuando la Alta Costura copaba las páginas, y las francesas corrieron para quitárselo de las manos.
En plenas revueltas en mayo del 68, la que con el tiempo se ganaría el apodo de la reina del punto, abrió llena de dudas su propia tienda, en uno de los barrios foco de la agitación civil -Saint Germain de Près-, sin saber coser ni hacer punto.
Pronto su concepto "démodé" -el rechazo a las tendencias y la defensa de una ropa adaptada a la mujer y no a la inversa- revolucionaría la industria de la moda para acompañar a toda una generación en el auge de la liberación femenina.
Audrey Hepburn, Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, Jaqueline Onassis, Lauren Bacall... Las estrellas de la época se rindieron rápidamente a sus creaciones, extendiendo la fiebre del punto y de unos diseños considerados libres e insolentes para la época.
Las rayas de colores, las faldas sin dobladillo, las costuras por fuera, las prendas llevadas al revés o con palabras dibujadas en milimétricos cristales se convirtieron en el sello de su firma
Colegas como Christian Lacroix dijeron de ella que "había cubierto el mundo de punto".
Fue precursora también de los más que fusilados pantalones de chándal en terciopelo y, en 1987, imprimió un nuevo ritmo a su marca con sendas colecciones para hombre y niño, y una línea de perfumes, accesorios y zapatos.
A pesar del imperio creado, cuentan que la presentación de cada una de sus colecciones le provocaba un nudo en el estómago, como si fuese la primera vez.
Una tras otra, sus temporadas hicieron apología del negro, portado por alegres y expresivas maniquíes cuya sonrisa incondicional sobresalía entre la seriedad habitual dominante entre las modelos de los desfiles parisinos.
Cual joven ejército de "rykieles", solían lucir además la misma voluminosa cabellera roja característica de la modista.
Con ochenta primaveras, la diseñadora presenciaba todavía desde la primera fila los desfiles de su "maison", cuyas riendas confió definitivamente a su hija Nathalie en 2007.
Seductora y hedonista, la también escritora Rykiel amaba locamente el chocolate y entre la decena de libros que publicó contó por primera vez en "N'oubliez pas que je joue" (2012) su relación con el Parkinson que padecía y cuya batalla terminó anoche, a los 86 años.
"Más tarde, cuando ya no sea la misma, ofreceré cócteles sublimes en preciosos vasos. Seré joven por mucho tiempo, no me dejaré absorber por la vejez, lucharé, me transformaré", anunciaba Rykiel en el mismo libro.