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El cruel asesinato el mes pasado en Perú de Rosa Andrade Ocagane, la última mujer hablante de resígaro, crimen por la que sus deudos aún claman justicia, ha puesto de relieve la fragilidad con la que perviven muchas de las lenguas indígenas en el Amazonas peruano.
El cadáver de Andrade Ocagane, que apareció decapitado y al que arrancaron el corazón en su chacra en el remoto poblado de Nueva Esperanza, ubicado al interior de la Amazonía, dejó no solo un horrendo crimen por resolver, sino que dejó a resígaro con un único hablante, su hermano Pablo, y sin esperanza alguna de sobrevivir.
El único sospechoso ha sido puesto en libertad por la fiscalía provincial, lo que ha llevado a varios activistas, como el antropólogo Alberto Chirif, estudioso de las comunidades indígenas de la región, a pedir a las autoridades que investiguen seriamente el crimen, que considera "obra de un loco", y no simplemente archivarlo.
Según explicó Chirif en una entrevista, Rosa y su hermano Pablo hablaban resígaro porque su madre era de esa etnia y ocaina, otra lengua local en peligro de extinción, porque su padre pertenecía a esa comunidad, culturas y lenguas ambas completamente distintas pero ambas también "reducidas a su mínima expresión" a consecuencia del auge y caída de la industria del caucho.
Tanto resígaros como ocainas llegaron a Perú arrastrados por caucheros procedentes del territorio de la actual Colombia, y sufrieron no solo el maltrato "inaudito" de estas personas, sino también las epidemias y los conflictos fronterizos que marcaron la primera mitad del siglo XX en esta región amazónica, explicó.
De unas 7 mil personas hablantes de resigaro y ocaina que fueron trasladadas desde las orillas del río Caquetá al sur del río Putumayo en los años 30, hoy solo quedan un hablante de la primera y unos 40 hablantes de la segunda, todos en la misma comunidad próxima al río Amazonas.
"Rosa murió hace poco, pero al resígaro el golpe mortal se lo dio el caucho. Era una sociedad muy estructurada, en clanes. La autoridad y la tradición, las construcciones y normas, los cánones y todo eso requiere conocimientos, que se transmitían y eran acompañados por la lengua. Ellos sobrevivieron, pero en el clan de Pablo y Rosa, eran tres. Y con eso es imposible hacer lo que hacían antes", razonó Chirif.
Según indicó, la pérdida de población derivó en que los resígaros comenzaron a casarse con otros indígenas que hablaban otras lenguas, y con los que finalmente el castellano comenzó a ser la lengua franca de comunicación.
"En la Amazonía esto ocurre con muchas lenguas, que han desaparecido ya y otras muchas que están al borde de morir. Algunas se conocen entre grupos más amplios, pero que ya no se usan", indicó el antropólogo.
Del resígaro, cuyo tronco lingüístico es el arawak, además de Pablo, quedan varias grabaciones de Rosa hechas por lingüistas y estudiosos, y una gramática que se hizo en los años 80 del siglo pasado.
Esta situación que vive esta lengua indígena es compartida en Perú también por el Taushiro, que ya en 2015 contaba tan solo con un hablante.
En Perú hay, además, unas 10 lenguas que tienen entre 20 y 200 hablantes, otra que hablan unas mil 500 personas, mientras que la más numerosa en la Amazonía es la asháninka, con unos 400 mil hablantes.
Por ejemplo, en el entorno inmediato al resígaro y el ocaina, la lengua más hablada es el bora, que según los datos del Instituto Nacional de Estadística de Informática (INEI) de 2007, era hablado por 748 personas.
En total, las autoridades peruanas calculan que en el país perviven unos 47 idiomas originarios, muchos de los cuales, entre los que destacan el quechua y el aimara, tienen reconocimiento oficial.
sc