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abida.ventura@eluniversal.com.mx
En la colonia Tabacalera no siempre hubo largas filas para entrar a una capilla, como ha sucedido en los últimos días con la réplica de la Capilla Sixtina. Ninguna iglesia aparece en su traza. Todo lo contrario. En sus rincones y calles, al menos desde hace un siglo, se ha levantado la bandera revolucionaria, socialista.
Fundada en las últimas décadas del siglo XIX, ese espíritu revolucionario no sólo se lo debe al mayor monumento dedicado a la Revolución Mexicana y a los mausoleos de los próceres de esa gesta que ahí descansan. Ese perímetro que tiene como límites algunas principales arterias de la ciudad (avenida Reforma, Puente de Alvarado, Insurgentes y Rosales) posee varios sitios e historias que le dan ese toque subversivo.
Bautizada con el nombre de la fábrica Tabacalera que funcionó en el edificio que hoy es el Museo Nacional de San Carlos, esta colonia conserva las sedes de lo que alguna vez fueron los grandes sindicatos nacionales, emblemas de la lucha laboral . De las glorias pasadas de esos movimientos obreros aún se conservan sus edificios, algunos emblemáticos por su arquitectura, como el del Sindicato de Ferrocarrileros que, según explica el arquitecto Rubén Ochoa, es uno de los grandes ejemplos de estilo Art Decó que todavía se conservan en esa zona. “Aunque ya casi no haya ferrocarriles, por dentro podemos ver diversas referencias a esa temática”, dice mientras muestra el escudo que corona la fachada de este inmueble ubicado en Ponciano Arriaga 20.
A un lado se levanta otro de los ejemplos de dicho estilo arquitectónico: El Frontón México, que en su época de esplendor reunía a la élite capitalina y cuyo declive, a finales de los 90, fue precisamente debido a un pleito entre los dueños de este espacio y sus trabajadores sindicalizados.
A unas cuadras, en Antonio Caso, está otro de los emblemas del sindicalismo, el Edificio del Sindicato Mexicano de Electricistas, cuyo interior esconde uno de sus mayores tesoros: un mural realizado de manera colectiva por David Alfaro Siqueiros, José Renau, Antonio Pujol y Luis Arenal entre 1939 y 1940. Titulado Retrato de la Burguesía, el fresco muestra la lucha de los trabajadores contra el capitalismo. “Es una lástima que esté escondido, casi perdido en esa escalera”, dice Ochoa, quien realiza recorridos culturales por la colonia.
El que en esa pequeña área de la ciudad existan tantas sedes de sindicatos se debe a dos razones, señala por su parte el arqueólogo Hugo Arciniega Ávila, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y coautor del libro Colonia La Tabacalera: varias lecturas sobre un mismo patrimonio: La proximidad de la estación de Buenavista, la gran terminal ferroviaria que unía a todo el país, que concentraba a muchos trabajadores del ferrocarril y cuyo sindicato fue uno de los más importantes; y la sede del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en un edificio que hoy ocupa una cadena de restaurantes en la esquina de Puente de Alvarado e Insurgentes. “Todo esto hace que se vuelva un espacio político y muy activo”, dice en entrevista.
Ese perfil de colonia obrera, dice, comienza a trazarse desde finales del siglo XIX, cuando empezó a operar la fábrica Tabacalera. “Se empieza a volver un espacio para trabajadores: ferrocarrileros, cigarreras, pelotaris…”.
En la Tabacalera fue donde también una noche de noviembre de 1910, 42 hombres “dañaron las buenas costumbres de la sociedad mexicana” al organizar una fiesta donde algunos bailaban trasvestidos, episodio que se considera la primera redada contra homosexuales en el país.
Más tarde, en la década de 1950, en la casa enumerada con el 49, en la calle Emparán, se conocieron Ernesto El Che Guevara y Fidel Castro, quienes más tarde partirían a Cuba para encabezar la Revolución en la isla. Un pequeño parque a espaldas del Museo de San Carlos hace referencia a este episodio histórico con los bustos del revolucionario cubano Julio Antonio Mella y El Che.
Concepción anárquica. La concepción misma de esta colonia ha sido anárquica, refiere Arciniega Ávila. Y es que, aunque se trata de una de las más antiguas, desarrollada fuera de la traza original de la ciudad, su creación, explica el arqueólogo, no partió de la concepción tradicional que tiene como elementos principales una escuela, un mercado y una iglesia. Aquí, en diversos momentos se fueron haciendo adiciones, lotificaciones arbitrarias. “Es un caso muy singular de conformación de colonia”, dice el investigador mientras muestra una toma de Google Earth para ejemplificar los contrastes que existen en la conformación de sus cuadras en la parte norte y sur del área. Sobre Puente de Alvarado hay edificios habitacionales que en su momento fueron ocupados por obreros, trabajadores, mientras que en la cara que da a Reforma se levantan grandes edificios, en los predios donde hace un siglo había lujosas casonas porfirianas.
“Esta colonia fue formándose de acuerdo a los ejes que hoy la definen, se fue construyendo poco a poco”, añade. Eso, dice, quizá explique el que en toda la colonia no exista una sola iglesia. Además, en los perímetros cercanos existían ya algunos recintos religiosos.
Con él coincide la cronista Ángeles González Gamio, quien recuerda que a finales del siglo XIX se planeó construir ahí la colonia de los arquitectos, la cual finalmente se realizó en lo que hoy es la San Rafael. “Creo que cuando se pensó en ese fraccionamiento de los arquitectos sí se pensó en construir iglesias porque en la San Rafael, donde al final se hizo, sí se pensó en los templos”, dice.
A principios de ese siglo, recuerda Arciniega Ávila, también se planeó construir ahí el “Barrio Imperial” por iniciativa de Agustín de Iturbide. Sobre lo que entonces eran los potreros de la ciudad, se buscaba levantar un nuevo sector urbano, lejos de la contaminación del centro de la capital, con grandes palacios administrativos, biblioteca, teatro, parques, hospitales y hasta una iglesia. Pero ese ambicioso proyecto nunca prosperó por la situación crítica del país.