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abida.ventura@eluniversal.com.mx
El arqueólogo Leonardo López Luján (Ciudad de México, 31 de marzo de 1964) cumplirá 52 años el 31 de marzo, número que en el calendario azteca corresponde a un siglo. “Ya voy a convertirme en anciano”, bromea. Para los aztecas, quien llegaba a esa edad se convertía en un anciano y sabio, lograba el respeto y otros beneficios, como el permiso para consumir la “bebida de los dioses”.
Pero él no ha tenido que llegar a esa edad para ser reconocido y respetado en el mundo de la arqueología mesoamericana. Con casi 36 años de trabajos entre las ruinas de la antigua Tenochtitlan, este arqueólogo que creció rodeado de libros y piedras al ser hijo de uno de los más destacados estudiosos de la cosmovisión mesoamericana y de la asistente del célebre arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier —el descubridor de la tumba de Pakal—, es uno de los principales investigadores de las sociedades prehispánicas del Centro de México, especialmente en torno a la antigua capital del imperio mexica. Sus investigaciones le han valido el reconocimiento académico a nivel internacional. El más reciente, el Premio del Foro Arqueológico de Shanghai que le otorgó la Academia China de Ciencias Sociales en 2015, lo reconoció por su labor al frente del Proyecto Templo Mayor, uno de los 10 mejores proyectos de investigación arqueológica a nivel mundial de los tres últimos años.
Y este sábado, a las 19 horas, en el Palacio de Bellas Artes, recibirá la Medalla al Mérito que concede el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México “por su propósito de continuidad en el trabajo incesante del rescate de arqueología en el Centro de la Ciudad de México”. Un reconocimiento que le halaga al ser otorgado por su ciudad y el centro histórico, el lugar donde ha trabajado gran parte de su vida; pero sobre todo porque, dice, reconoce la continuidad de este proyecto de excavación que comenzó su maestro, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, en 1978, al que él se incorporó en 1980, cuando tenía apenas 16 años, y que dirige desde 1991.
“Si algún secreto tiene este proyecto es la continuidad. Lo fundó mi maestro Matos, en marzo de 1978, han pasado 38 años y el proyecto sigue vivo y vigente. En arqueología no importa cuánto dinero te den, sino que el proyecto sea continuo”, asevera.
También importa la paciencia y saber aprender de los errores. El investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) no tiene reparos en aceptar que se equivocó al plantear la hipótesis de que las tumbas reales de los soberanos mexicas se encontrarían en el predio conocido como Las Ajaracas, donde en 2006 se halló el monolito de la Tlaltecuhtli y donde hasta ahora se han encontrado 49 ofrendas y más de 70 mil objetos. “Las fuentes históricas dicen que al pie de la pirámide están enterrados los soberanos mexicas. Procedí con la misma lógica con que trabajamos en Teotihuacan, donde buscamos en el eje central de la pirámide de la Luna y encontramos entierros espectaculares. En el caso de Templo Mayor aparecieron la Tlaltecuhtli y miles de objetos, pero no encontramos las tumbas reales”.
¿Le afectó darse cuenta que se había equivocado o a su equipo?
No, porque la ciencia se trata de ensayo y error. Para llegar a los grandes descubrimientos científicos se cometieron errores o se encontraron las cosas por casualidad o porque las previeron bien. Los arqueólogos somos científicos sociales, no somos buscadores de tesoros, tenemos una formación científica y así debemos proceder.
¿Qué sigue ahora en el proyecto?
Vamos a buscar en el eje central de la mitad sur de la pirámide, al centro de la capilla de Huitzilopochtli, porque es allí donde en el pasado habíamos encontrado cenizas de algunos personajes. Las crónicas de Alvarado Tezozómoc y Fray Diego Durán señalan que cuando morían los soberanos mexicas hacían una gran procesión, que los velaban cuatro días y cuatro noches. Los traían al pie de la pirámide, hacían una pira al aire libre; ponían los huesos y cenizas en urnas y las enterraban en el Cuauhxicalco, que ya encontramos, ahora vamos a ver si están las tumbas. Empezamos a excavar, hay un pasillo que va al fondo y al final hay dos puertas tapiadas que pensamos que pueden ser dos cámaras funerarias.
Mi convicción es que allí están enterrados los reyes, pero la ciencia no es de convicciones. Puedo basarme en los documento históricos, puedo interpretar un indicio, pero a veces esa interpretación está mal
¿Cuáles son los objetivos y planes para esa octava temporada?
Excavar el Cuauhxicalco, la mitad que está en el predio de las Ajaracas, por fuera y en su interior. Estaríamos buscando dos cámaras funerarias, pero no hay que pensar que serán grandes, como la tumba de Pakal. Los mexicas no hacían eso, pero es fundamental porque nunca antes se han encontrado las tumbas reales de los mexicas.
De hallarlas, añade, estas tumbas serían como cápsulas del tiempo que aportarían más datos sobre las creencias religiosas al más allá, de la economía y de la política mexica. “En las Ajaracas, en esa área de 500 metros cuadrados, hemos recuperado 49 ofrendas y más de 70 mil objetos arqueológicos. Y eso lo hace uno de los yacimientos más espectaculares de la arqueología mesoamericana. Esa concentración de riquezas se explica porque estamos al pie de la pirámide más importante de la capital del impero más importante de Mesoamérica a la llegada de los españoles. Tenochtitlan era como la Manhattan de aquella época, donde estaba todo el dinero y el poder”.
¿Habla de soberanos mexicas, quiénes eran?
Son tres hermanos: Axayácatl, que reinó de 1469 a 1483; su hermano, Tizoc (1483 – 1486); y el más poderosos de todos los tiempos, Ahuitzotl, que reinó de 1486 a 1502.
Buscamos a estos tres porque son los que mencionan las fuentes históricas, de los antecesores las fuentes no son muy precisas y de sus sucesores tampoco tenemos muchos datos. ¿Dónde está Moctezuma? No sabemos bien cómo murió y qué paso con su cuerpo, hay diversas versiones; Cuitláhuac murió de viruela y a Cuauhtémoc lo mataron fuera de aquí.
Las fuentes también hablan de un virrey muy importante, el famoso Tlacaélel, que era como la eminencia gris, el poder detrás del trono. Hay indicios para pensar que Tlacaélel también fue enterrado en el Cuauhxicalco.
Sentado en una sala del Museo del Templo Mayor, el arqueólogo, miembro honorario de la Society of Antiquaries of London y miembro correspondiente de la British Academy, habla de los días en que de niños, él y su hermano, acompañaban a su madre a las excavaciones arqueológicas y se ocupaban lavando tepalcates; recuerda las vacaciones de verano de 1980, cuando después de concluir la secundaria llamó por teléfono a Matos Moctezuma para ofrecerle sus servicios como “chalán” en las excavaciones que sacarían a la luz las ruinas de la antigua Tenochtitlan; y la primera ofrenda que le encargaron excavar cuando tenía apenas 16 años y cuya interpretación publicó al siguiente año en una revista alemana, hecho que, comenta, le ayudó a encontrar su camino como arqueólogo.
Por eso, dice, ahora se ve con la obligación ética de dar oportunidad a los jóvenes arqueólogos e investigadores para que colaboren en el proyecto. “Este es un país de jóvenes. Tengo la obligación ética de dar primeras oportunidades.
¿Y las instituciones como el INAH dan oportunidades a los jóvenes?
No. El INAH es una gran institución, yo tengo muy puesta la camiseta, pero uno de los grandes problemas es que no le está dando oportunidad a los jóvenes. El INAH tiene dos escuelas: la ENAH y la ENCRYM, que crea gente de altísimo nivel, mujeres y hombres, pero hay una contradicción, crea estos cuadros pero no los capta o capta muy pocos. Tendría que haber más plazas de investigación. Cuando entré al INAH éramos poco más de 800 investigadores, ahora sigue igual. El batallón tiene el mismo numero de soldados y necesitamos ampliar ese número.
¿Cree que el paso a una Secretaría de Cultura fortalecerá estos cuadros de investigación?
Eso es lo que todos desearíamos. Estamos en un momento de inflexión. Viéndolo de forma positiva quisiéramos que en este nuevo esquema se atacaran esos problemas centrales. ¿Cómo incluir a la gente joven y capacitada a nuestras instituciones?. Yo haría votos para que esta nueva Secretaría, las nuevas autoridades se enfocaran en esto.
¿Qué tanto les ha afectado hasta ahora esa transición?
Estamos en la transición. No la hemos vivido bien todavía, hay que ver cómo evoluciona. Estamos a la expectativa y preocupados para que la evolución sea positiva. En la agenda del secretario de Cultura, de todos los directivos, debería estar fortalecer las instituciones, a su gente, porque las instituciones no son los inmuebles o los presupuestos, sino los recursos humanos. Deberían abrir más plazas para áreas sustantivas, no administrativas.
¿Qué más secretos encierra el Templo Mayor?
Está lleno de sorpresas. Es como un rompecabezas que nunca vamos a poder completar. Todos los días encontramos cosas. A lo que aspiramos es a que tengamos más excavaciones que no sean sólo aquí en el Centro Histórico porque tenemos una visión muy parcial de la ciudad.
Hay equipos, como el de Salvamento Arqueológico, pero tienen que hacer rápido el trabajo porque la gente de la obra tiene prisa. Lo ideal sería que las desarrolladoras pensaran que el patrimonio es importante. No queremos frenar el progreso, pero deberían apoyar para que podamos completar el cuadro de la ciudad, no sólo excavar las grandes pirámides.