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A más de 200 kilómetros de Jartum, la capital de Sudán, se erigen los restos de una civilización que pareciera emerger de entre un árido e inhóspito terreno digno de la ciencia ficción.
Yaciendo entre las dunas se encuentran unas pirámides milenarias que parecen haber sido olvidadas por el mundo moderno. No hay restaurantes u hoteles cercanos para dar servicio a los turistas. Prácticamente no hay turistas.
Las pirámides de Meroe, esas estructuras extrañas que parecieran ser una anomalía geométrica del desierto de Sudán, más pequeñas pero tan impresionantes como las colosales edificaciones egipcias, se ubican en el costado oriental del río Nilo, cerca de un grupo de aldeas llamado Bagrawiyah. Este sitio debe su nombre a la antigua ciudad de Meroe, capital de un antiguo reino africano llamado Kush, cuyo apogeo, se calcula, fue tras la caída de la Dinastía XXIV de Egipto, aproximadamente en el 715 a.C.
Los reyes kushitas llevaron a Meroe la tradición faraónica de construir pirámides para encapsular las tumbas de gobernantes. Así se comenzaron a construir este sitio de mausoleos listado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 2011.
El sitio fue sede del poder ejercido sobre Egipto durante casi un siglo, además centro de intercambio artístico; conglomeró de diversos estilos arquitectónicos, cultos religiosos e idiomas.