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Cuando apenas llegaba al medio siglo de vida, Filipo II de Macedonia fue asesinado. El político y guerrero, padre de Alejandro Magno, pasó a la Historia por convertir su ciudad natal en una de las más poderosas de la Grecia antigua. Sin embargo, se desconocía dónde descansaban sus restos.
En 1970, un grupo de arqueólogos halló una tumba en Vergina, donde se encontraron un esqueleto con las características del monarca (que dirigió Macedonia desde el 359 al 336 A.C.) pero no se sabía con exactitud si pertenecían a él.
Pero es hasta ahora, con un nuevo estudio de Theodore Antikas y Laura Wynn-Antikas que se ha confirmado, por fin, que los restos de aquella sepultura pertenecen a Filipo II. La técnica utilizada fue una tomografía computarizada, reporta el diario Abc.
Los huesos corresponden a un hombre que no había cumplido los 50 años y que -por un par de discos herniados en la espalda y el desgaste de los restos- montaba a caballo, como solía hacer el padre de Alejandro Magno.
Asimismo, se ha corroborado que los otros fragmentos óseos encontrados en Vergina pertenecen a la séptima esposa del gobernante y no a Cleopatra, como se había especulado antes.
sc