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ana.pinon@eluniversal.com.mx
Mario Lavista es uno de los compositores más destacados de su generación, pero es también un oyente con pasiones y fobias, con gustos e intereses. Sobre ello ha escrito no sólo en la revista musical que fundó, Pauta, sino también como parte de su quehacer como miembro de El Colegio Nacional y como colaborador de Letras Libres.
Sus ensayos fueron reunidos en el libro Cuadernos de música I de El Colegio Nacional, en 2013. Ahora lanza su segunda edición y prepara el tomo dos. El interés esencial, dice en entrevista, es formar parte de una tradición en la divulgación de la música que en México inició gracias a compositores como Manuel M. Ponce y Carlos Chávez.
Su cuaderno sirve para descubrir a un erótico Mozart que escribía cartas escatológicas a su prima o para degustar una crítica feroz a la Sociedad de Autores y Compositores de México y a su entonces líder, Roberto Cantoral.
¿Hubo cambios en esta edición?
No, algunas erratas y fotos, pero en textos no, sigo pensando lo mismo sobre El mar de Debussy y de Mozart.
¿También de los tres tenores?
Sí. Probablemente fui un poco duro pero me parecía que era necesario. Le tengo una enorme admiración a esos tenores. Plácido Domingo es uno de los tenores más grandes de la historia. Sin embargo prefiero escucharlo en el género operístico, en su Otello insuperable, a escucharlo cantar “Granada” o cualquier otra canción ranchera o de Cri Cri.
¿Ni las canciones napolitanas?
Esas sí porque entran dentro de la tradición de tenores; es algo natural escuchar a un tenor como Pavarotti con canciones napolitanas, pero para las rancheras prefiero a Jorge Negrete porque hay un estilo. No es un problema de voz, sino de estilo. Me gusta más escuchar al Tío Polito cantar a Cri Cri, tenía una voz blanca, muy linda, pero con Plácido Domingo es un poco forzado, su voz es sólo para ópera. Me interesó escribir un artículo de todas estas cosas, sobre el fenómeno de los tres tenores.
Lo cierto es que ellos trazaron un camino.
Sí, que ha sido seguido por mucha gente, lamentablemente.
¿Las líneas se rompen entre lo popular y lo clásico?
Todas las fronteras se mueven con el transcurso de los años, pero siempre existirán por más ambiguas que sean, siempre habrá una frontera entre la música popular y lo clásico. La principal es que en el caso de la música clásica contemporánea, es una reflexión acerca del lenguaje de la música. Si escuchamos a Béla Bartók, es una reflexión sobre el lenguaje que está utilizando, si oímos a Shoemberg, a todos los grandes músicos del siglo XX, nos damos cuenta de que cada uno está tratando de encontrar una gramática nueva, una sintaxis. Esto no sucede en la música popular, el lenguaje que se emplea es el de la tonalidad, que es el que unificó a la música clásica durante tres siglos. Cuando me refiero a lo popular hablo de la música de occidente, porque hay otra música popular en oriente o medio oriente, que utilizan su propio sistema.
Ahora bien, los intérpretes creen que no hay ninguna diferencia y por eso creen que es muy sencillo cantar La Traviata y después “Granada”, de Agustín Lara. O, por el contrario, cantar lo popular y luego arias de ópera. Por ejemplo, Tania Libertad sacó un disco con arias y a mí me parece que no funciona. No es que sean malos artistas o que tengan una voz deficiente, es que no es sencillo pasar de un género a otro. Este fenómeno se da en todo el mundo. Hay una italiana, creo que se llama Filippa (Giordano), que puede cantar una balada cursi y luego, de repente, se pone a cantar un aria de Verdi. Es horrendo oirla cantar eso, pero no porque tenga mala voz sino porque no entiende el estilo. Y como ella hay muchos más. Todos estas consideraciones me llevaron a escribir un artículo sobre los tres tenores y el significado del fenómeno en el quehacer musical contemporáneo. Es una posición crítica, sin duda, pero espero que esté muy claro que mi admiración por ellos es absoluta. Es un artículo del día. Lo escribí cuando vinieron a Monterrey, pero ante la ausencia de Pavarotti, trajeron a Alejandro Fernández, por eso titulé el texto como Los tres tenores y medio, rebajados a dos y medio.
En Cuadernos de música están sus afectos musicales y sus fobias.
Sí, claro. Ahí está El mar de Debussy, pero también está un artículo de la Sociedad de Autores y Compositores que es una cueva de Alí Babá, pero sí, ahí está una de mis grandes pasiones: Mozart, así como Debussy, porque soy absolutamente debussyano desde que era niño. Están mis reflexiones sobre una en particular o sobre un momento histórico.
Como en el caso de Mozart.
Sí. Me sirvió de pretexto el viaje de 15 meses que hizo por Europa. Me interesaba subrayar que uno sigue toda su travesía, sus frustraciones, sus alegrías, pero también te encuentras con que no tenía trabajo, los franceses no lo trataron muy bien, nunca le encargaron una ópera, que era su pasión, se murió su mamá, se encontró con su prima. De todo esto me interesaba ver cómo simultáneamente Mozart está componiendo una música que va por otro camino, es decir, en uno de sus peores momentos es capaz de irse a su mesa de trabajo y hacer un divertimento. Me interesaba hacer notar cómo la vida va por un lado y el arte va por otro lado, aunque evidentemente se alimentan los dos. La música no es necesariamente una confesión. Por ejemplo, está con su prima, escribe unos poemas escatológicos, obscenos, y al mismo tiempo está escribiendo la Misa de la Coronación.
¿Compartir las fobias y las pasiones es revelar una parte íntima de sí mismo?
Sin duda. Por ejemplo, en el caso del ensayo que hago sobre El mar hablo mucho sobre la pintura y de cómo la manera de actuar de Debussy se asemeja mucho a la manera de pintar de Monet. Y yo me siento muy cercano a la pintura. Por eso también hay un artículo dedicado a Arnaldo Cohen sobre música y pintura. Sí, hay un reflejo de mí. No me interesan por ejemplo los acercamientos científicos, lo que me interesa es el acercamiento poético, subjetivo. Tampoco es necesariamente una confesión de mis influencias.
¿Es un trabajo de difusión?
Sí. Lo que quiero es difundir la música, porque no sólo se puede hacer a través de conciertos. Es una tradición muy característica del siglo XX y del XXI, porque es cuando se ponen en tela de juicio los lenguajes heredados y, por lo tanto, los compositores nacen en una suerte de incertidumbre del lenguaje. Se hizo necesario recurrir a la palabra para reflexionar acerca de la música. Así tenemos textos de Debussy, otros maravillosos de Schönberg, los de Bartók, los de Cage, de Pierre Boulez. Mozart no tenía ninguna duda de que habla el lenguaje de la tonalidad, pero en el siglo XX ya no sucede eso. Imaginemos el azoro frente a un cuadro como el de Las señoritas de Avignon, de Picasso. En México, los que más han escrito sobre música son Manuel M. Ponce y Carlos Chávez, quien también estaba muy interesado en la difusión de la música y por eso escribía mucho.
¿Sus cuadernos tienen la intención de seguir la tradición de ellos dos?
Creo que sí. En México hay una tradición que se remite a la primera mitad del siglo XIX en cuanto a textos sobre música y revistas de música. Una revista que fue muy famosa la hizo Jaime Nunó, el autor de nuestro Himno. En cambio, no hay libros de música. Yo dirijo una revista de música porque me parece fundamental que existan.
¿Y de qué va el segundo?
Tendrá una gran parte de mis conferencias en El Colegio Nacional. También hablaré de intérpretes como Horacio Franco, de la arpista Mercedes Gómez, del Cuarteto Latinoamericano; también hablaré de los instrumentos tradicionales y de las nuevas técnicas que se emplean. No escribo tanto como lo hizo Carlos Chávez, no me dedico a escribir, pero la intención es que haya otro tomo y, tal vez, tres. Si mi texto sobre El mar hace posible que más gente la escucha, habré tenido mi recompensa. Me interesa que descubran la música religiosa, no las estudiantinas, Dios tiene muy buen gusto, no sé por qué creen lo contrario. La Iglesia tiene una incultura pasmosa.