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Entre un coro de aplausos y ovaciones que resonaron por toda la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, Joshua Bell y los músicos integrantes de The Academy of St Martin and the Fields se presentaron la noche del sábado en ese escenario mexicano, con lleno total.
Vestidos de negro, los músicos de diferentes generaciones ocuparon sus respectivos lugares con actitud serena. Las barreras de edad desaparecieron al momento en que Bell se postró al frente de la orquesta y debutó formalmente en Bellas Artes como director de una sinfónica.
Un efecto similar ocurrió entre los asistentes, ya que tanto jóvenes como veteranos se dejaron envolver en la red musical que el violinista iba tejiendo, hasta que la música se convirtió en la reina absoluta y permitió expiar un cúmulo de emociones al tocar la fibra sensible de la audiencia.
Joshua Bell demostró al público mexicano por qué está a la altura para dirigir esta agrupación, una de las más prestigiosas al tratarse de la orquesta de cámara con mayor número de grabaciones en el mundo, y por qué es la segunda persona encargada de dirigir a este grupo de músicos, sucediendo directamente a Neville Marriner, fundador de The Academy of St Martin and The Field.
La presentación dio inicio con la obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart y desde esa primera pieza, Bell se mostró enérgico en su papel de director, sorprendiendo a los asistentes por su habilidad para moverse con naturalidad entre la faceta de violinista y la de director.
Aunque en varias ocasiones su esencia de músico parecía querer adueñarse de la función, en ningún momento se llegó a percibir que ambas caras del artista mantuvieran una dualidad, sino que todo el tiempo las dos facetas del músico se armonizaron y permitieron apreciar a un Bell que construía una pieza de arte a partir de las notas emitidas por su violín.
Después del torrente de aplausos que suscitó la primera pieza, un grito de exaltación del público ahogó las ovaciones a raíz de un accidente que tuvo lugar con una silla, en la que uno de los músicos sin querer estuvo a punto de tirar uno de los micrófonos de ambiente sobre algunos de los miembros de la orquesta, pero el suspiro de alivio no tardó en aparecer una vez que se comprobó que sólo se trató de un ligero susto.
Para desaparecer tensiones, Bell y la orquesta se dispusieron a tocar la siguiente obra. Durante su presentación, el violinista se permitió lucirse al reservarse varios pasajes como solista, sin embargo, supo ceder la atención a los demás músicos que conformaron la orquesta.
Los sonidos que emanaban del violín de Joshua Bell parecían un estimulante efecto mariposa que se iba extendiendo a los demás instrumentos y que veían reflejada una respuesta en el público, pues varios de los asistentes cerraron los ojos , se tomaron de las manos o dejaron asomar las lagrimas mientras sus oídos se dejaba encantar por la melodía que cobijó a todo el recinto.
Los aplausos tras este segundo número fueron más vigorosos que los primeros, los espectadores ovacionaron de pie a los músicos mientras gritaban "bravo" a todo pulmón para hacerse oír entre el mar de los aplausos que salpicaron de júbilo a los músicos, quienes aceptaron el reconocimiento del público con una sonrisa.
En el intermedio, un murmullo se apoderó de los pasillos de Bellas Artes, la emoción se había apoderado de varios de los invitados quienes intercambiaron opiniones sobre lo maravillados que estaban ante la ejecución de Joshua Bell a la cabeza de la orquesta.
Ansiosos por presenciar la segunda parte, el público se deshizo en aplausos antes de que los músicos pudieran acomodarse en el escenario, sin embargo todo ruido fue extinguido al momento en que Bell se postró ante los músicos para comenzar con la Sinfonía Núm. 3 de Beethoven.
Ante la ejecución , los músicos también elogiaron a Bell, los violinistas agitaban su arco a modo de ovación. La música logró de nueva cuenta universalizar las emociones humanas y dejar una profunda huella impregnada en la memoria de Bellas Artes.
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