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Con una propuesta que ha llamado La vida en los pliegues, título de una novela de Henri Michaux, Carlos Amorales representará a México en la 57 Bienal de Venecia, en un proyecto bajo la curaduría de Pablo León de la Barra, que estará en la Sala de Artes del Pabellón el Arsenal, a partir del 13 de mayo y hasta el 22 de noviembre.

Es la segunda ocasión en que Amorales asiste a la Bienal; la primera fue en 2003 cuando formó parte del equipo que representó a Holanda. “Entonces no me esperaba qué era Venecia, fue un poco choqueante; ahora es diferente, tengo 46 años, quiero presentarme como el artista que soy más que intentar inventar algo específico”.

No hay un rompimiento con esta propuesta, acota el artista, más bien una continuación y, hasta cierto punto, la conclusión de un proyecto en el que lleva alrededor de seis años, y que tiene que ver con tipografías.

Amorales, quien no trabaja para exposiciones, sino que desarrolla amplias investigaciones con su equipo, abordó en un primer momento el tema de los Luchadores, luego la música con la disquera Nuevos Ricos, de ahí pasó a lo que llamó su Archivo Líquido, y ahora a estas tipografías que han tenido un énfasis abstracto y que hacia la Bienal de Venecia transitan de lo gráfico a lo fonético y musical, de lo abstracto a algo figurativo donde busca contar.

El tema, puede decirse, es el lenguaje, la comunicación, la incomunicación, lo que está encriptado y llama a ser escuchado, descifrado.

De una instalación y un performance con músicos y actores (sin la participación del público) y, posteriormente, de un video, consta su propuesta.

En su estudio, en el centro de la ciudad, sobre una mesa están puestas en hilera decenas de grafías, de esa tipografía personal que se vio en 2016 envolviendo Casa del Lago; tipografías que nacieron como dibujos y que ahora son piezas en tercera dimensión, instrumentos musicales, ocarinas (en cerámicas cromadas), con las cuales tratará de contar una historia. Es un lenguaje que está en proceso, que tendrá mayúsculas, minúsculas, signos de puntuación y números.

“Estoy pasando de una cosa muy gráfica, tipografías, que tienen que ver con la manera visual como entendemos o no el lenguaje, a una parte fonética; ese es justamente el punto, con un lenguaje de lo que escuchas. Junto dos intereses de mi trabajo: lo gráfico y lo musical”, cuenta el artista.

Amorales apuesta por trabajar el tema del lenguaje como máscara o la máscara como lenguaje, algo que es parte de la identidad mexicana:

“Hay una serie de formalismos con los que usualmente hablamos, siempre hay una metaforización en la forma de pedir las cosas. No somos directos. Creo que tiene que ver con lo colonial, sin embargo, en otros países que pasaron por la colonización es distinto. Es común decir las cosas veladamente”.

Trabajar desde el lenguaje es una forma diferente de abordar la realidad: “Esto me interesa como una herramienta para ayudar a encontrar maneras de reentender la realidad. En otras obras se trataba de retratar la angustia, pero sentía cierta indulgencia en eso. Creo que ahora es más importante encontrar herramientas para plantear las cosas de otra manera; pensando en qué vamos a hacer. Replantearnos ante ideologías, no como súbditos, sino de una manera participativa. Esto es una maquinaria que podría ayudarnos a replantear un lenguaje”.

Amorales no da detalles acerca del presupuesto con el que contará para su obra. No habla de la situación de la cultura en el país en este momento —“es muy difícil hablar, estoy adentro”—. Se refiere a la compleja situación de México y el mundo: “Es un momento un poco preocupante en cuanto a la situación geopolítica, lo que se vuelve más evidente es la situación con Estados Unidos. Asistimos a un cambio de paradigma, el proceso de liberalización que vivió mi generación aparentemente está cambiando y no sabemos hacia qué lugar. Desde mi trabajo he tenido una cosa medio apocalíptica, ahora me he planteado si vale la pena relacionarse con el mundo de esa forma. Me preocupa lo que viene, pero tenemos que encontrarle la vuelta”.

Sobre el nombre de su obra dice: “La vida en los pliegues me gustó porque es una mezcla entre algo muy concreto y muy abstracto, una imagen poética que tiene que ver con dónde encontramos la vida, no en medio de las páginas sino en los pliegues, en los quiebres, los intersticios, en cosas más pequeñas”.

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