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ssierra@eluniversal.com.mx
Cuernavaca. —Acompañada en su biblioteca por clásicos grecolatinos, literatura medieval, libros del Renacimiento, de filosofía y de mitología de numerosos lugares; por obras de religiones monoteístas, por filosofía y poesía mística de la India, por volúmenes de historia y arte, y de poesía del mundo y de México, así como textos de ensayo y teatro, Elsa Cross produce una obra que abarca poesía, ensayo y traducción.
La galardonada con el Premio Nacional de Artes y Literatura y maestra de la UNAM acaba de publicar el poemario Insomnio, y de enviar a prensa la compilación El Lejano Oriente en la poesía mexicana. Prepara un estudio de poetas místicos de la India y tiene en puerta traducciones y poemarios.
El mito, la religión y Oriente, ¿aparecen juntos en un momento dado en su obra? ¿por cuál empieza?
—En lo que toca a la India, la fase más antigua, la etapa Védica, no permite diferenciar con claridad dónde acaba la poesía, dónde empieza la filosofía, dónde empieza el mito. Es como una unidad simbólica. Se fue diferenciando en etapas posteriores. Es fascinante porque es algo que refleja el espíritu humano casi en su estado puro, antes de que empiecen esas clasificaciones que son un problema académico.
¿Es un poco Occidente el que insiste en marcar esas diferencias?
—Mucho. Y el que da lata en relación con la filosofía de la India porque quiere aplicar categorías y métodos. O no lo entienden o lo quieren reducir a su pensamiento racional.
¿A su vida y a su obra cómo llegan India, la religión, el mito?
—El mito es algo que descubrí a los 12 años; pedí a mis papás que me compraran un libro, estudiaba más que las cosas de la escuela. Es una pasión que conservo. A la cuestión de la India llegué a través de la meditación que empecé a practicar hacer 40 años; tuve experiencias tan profundas que me hicieron querer estudiar la filosofía de la India para entender más. Pertenezco al área de Filosofía de la Religión, pero creo que son cosas que están más allá de cualquier religión. Las religiones ponen muchas vallas, cercas, límites, como la academia: todo tiene que entrar dentro de los cánones de una teología o creencia X. El mito y la mística van más allá de cualquier religión; cuando uno va a los textos de los místicos dicen las mismas cosas: musulmanes, hindúes, cristianos... la mística trasciende las teologías, rituales, jerarquías y monsergas de cualquier religión.
¿Está olvidada hoy la mística?
—No creo, lo que está es tergiversada. A veces se toma por mística cualquier cosa; cualquier esotería barata la quieren presentar como mística. Lo místico es algo vivo, latente en toda persona. Consiste en poder entrar a los reductos más internos del alma, la psique, el ser. Cuando alguien toca esa profundidad está teniendo una experiencia mística.
¿La meditación ha sido para usted un camino en ese sentido?
—Es un camino, lo es para cualquiera que la practique porque lleva a interiorizar la conciencia, la percepción, la atención, la intuición.
¿La poesía es otro camino?
—Para mí, sí. ¡Cómo no! Y pueden juntarse muchas veces, otras se pelean.
¿Usted es religiosa?
—¿Qué entenderías tú por “ser religiosa”?
¿Creció formada en una religión?
—Sí, estuve 11 años en una escuela de monjas, de la cual, al salir, me consideraba atea porque tuve una reacción tremenda en contra de la iglesia. Yo no tenía problemas ni con la ideología ni con la doctrina sino con el abismo enorme que había entre lo que leía en los Evangelios y lo que veía de la Iglesia. Reencontré ese sentimiento religioso a través de la meditación y sin adherirlo a una religión. No practico ninguna religión. La meditación no es una religión. La escuela que practico viene de una tradición hinduista.
¿Cuál es la escuela?
—Se llama Siddha Yoga. La palabra Siddha en sánscrito quiere decir completo, lleno; los siddhas son seres completamente iluminados.
Para estudiar ¿elige ir a las fuentes originales?
—Me interesó tanto que quise dar clases. Aprendí en la India en un monasterio, no en una universidad. Mis cursos han tenido esta visión tradicional de la filosofía, no la visión académica. No me interesa solo la información o un acercamiento intelectual, busco entender partes de la experiencia.
¿La India cambió su poética?
—No la India. La India es hasta cierto punto aleatoria, lo que me cambió todo fue la experiencia de la meditación.
¿De qué manera?
—De todas las maneras. De haber vivido en una crisis casi permanente desde la adolescencia hasta que llegué aquí, tenía 30 años, tengo 70 ahorita. Yo no sabía dónde estaba, qué estaba haciendo, qué quería. O tenía una noción muy vaga. Esto se reflejaba en que mi vida personal era bastante caótica, también mis papeles, mi poesía, tenía una tesis que no podía terminar; muchos versos muy confusos. Un año después de haber llegado aquí, presenté la tesis, tuve mención honorífica; los versos se convirtieron en tres libros. Desapareció radicalmente la angustia.
¿Sus elecciones para traducir de qué dependen?
—De que pueda identificarme con el poeta que voy a traducir, de que me diga algo, si no, no lo hago.
¿Qué está traduciendo ahora?
—Tengo tres traducciones pendientes. Una tiene más de 40 años, de Hamlet; tengo a la mitad las Estelas, de Victor Segalen; igual, del francés, tengo la traducción de un poema de Robert Desnos; también a la mitad, libros de ensayos y de poemas. Estoy traduciendo una antología bastante grande de poetas místicos de la India. Van a ser 25, 26 poetas, van 400 páginas… Son poetas místicos del siglo VII al XVIII, son maravillosos y hay muchas mujeres. Básicamente eran canciones, y son tradiciones vivas, se cantan hasta la fecha. Son traducciones del inglés y del francés, porque estos autores que voy a incluir en la compilación los hicieron en nueve o 10 idiomas distintos, que son incluso de distintos grupos.
Hay varias autoras en religiones occidentales a quienes se les atribuye experiencias místicas…
—Sí, y a algunas les fue como en feria; a Marguerite Porrette la quemó la Inquisición por toda la desconfianza que había en la época… o está la historia de las Beguinas en Francia y Bélgica; creo que produjo una gran incomodidad que hubiera mujeres independientes: es de los grandes errores de la Iglesia, no se deja prosperar ningún movimiento místico, los acusan de herejía y los meten a la cárcel. El misticismo cuestiona la función del sacerdote; si un místico tiene una especie de relación directa con Dios, no necesita intermediarios, y no es sólo dentro de la tradición católica, en el Islam ha pasado lo mismo, al místico de Bagdad en el siglo X, Mansur al-Hallaj, lo hicieron pedazos.
Acaba de publicar Insomnio (Ediciones Era), ¿cómo nació?
—El libro responde al título, lo empecé hace cuatro años, estaba en Calcuta porque se iba a presentar un libro mío que se tradujo al bengalí. Acababa de llegar, son 12 horas de diferencia; estuve tres días sin dormir. En la noche del tercer día lo comencé a escribir, salieron de golpe los primeros tres poemas; luego lo seguí escribiendo en Ginebra, Xalapa, San Cristóbal de las Casas, París. Hay pasajes o parajes, diría yo, muy específicos, hay un poema sobre la niebla, hay como una involución, hasta la condición de los fósiles; hay también algo que responde más que al insomnio a la pesadilla que ha vivido uno aquí en los últimos años.
Prepara también El Lejano Oriente en la poesía mexicana, entre muchos otros proyectos
—Sí. El libro ya está terminado, en prensa; es un libro que empieza con el viaje de José Juan Tablada a Japón; de ahí hay 137 autores mexicanos o poetas que viven aquí y que todos han escrito sobre el Oriente Lejano, lo que va de la India hacia el Este. Yo no podía creer que hubiera tanta gente.
¿Quiénes más?
—De Tablada sigue Efrén Rebolledo, que estuvo en el cuerpo diplomático; muy poco hay de Los Contemporáneos, algo de Carlos Pellicer. Después, Octavio Paz, que es muy importante; en el libro falta la cuestión de los derechos de autor de su obra, se espera la respuesta, si no se consigue creo que no sería tan grave porque hay ediciones de él en todos lados y mucho acceso a los libros. Y mucha otra gente: Sergio Mondragón; Alberto Ruy Sánchez, que ha escrito poemas de sus viajes a China, Vietnam; poemas de José Emilio Pacheco, aunque no viajó; no se trata no más de viajes sino cualquier ángulo bajo el cual se haya recibido esta influencia del Lejano Oriente; 18 son poetas que practican la meditación y escriben acerca de su experiencia en la meditación, me dio mucho gusto, para no estar yo sola como loquita. Alberto Blanco tiene cantidad de haikus... Hay gente como Aurelio Asiain y muchos jóvenes con mucho interés; por ejemplo, hay poemas sobre el manga, cualquier cantidad de cosas… El libro estará en cuatro meses.
¿Qué encontró sobre esa relación de México con el Lejano Oriente?
—Que todavía es muy incipiente. Esto salió desde 2001, me invitaron a un congreso de hispanistas en Corea. Fue difícil y pensé en hacer esto, ver cuál ha sido la recepción en México del Lejano Oriente. Salió una primera versión de lo que luego sería la introducción de este libro. No podría hablar de un orientalismo en México. Quien más se acercó fue Octavio Paz, tradujo poetas japoneses, chinos, de la India.
Tiene proyectos muy diversos ¿y su obra poética?
—Tengo cuatro. Hay uno que estoy a punto de terminar. Se llama Libro de horas y es un homenaje a Manuel José Othón, que tiene varios poemas, una serie como si pintara paisajes, de las distintas horas del día. Los otros tres están en una fase muy incipiente. De ensayos uno que se llama Puerta del Este, quizás sea un título provisional, son ensayos sobre mito, arte y filosofía de la India; otro que podría ser Puerta del Oeste porque son cosas, más bien occidentales; y está también una serie de trabajos sobre culturas clásicas grecolatinas.