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abida.ventura@eluniversal.com.mx
Una historia de rechazo y odio es la que por siglos ha rodeado a aquellos que se han atrevido a transgredir su sexualidad. Si en la Nueva España era un tema totalmente prohibido y perseguido hasta con la muerte, hasta hace unas décadas ser gay en México era estar condenado a la marginalidad y a la vida del submundo. Si bien las hogueras son cosa del pasado, permanece la condena social y el rechazo de ciertas instituciones civiles que siguen rigiéndose por una moralidad históricamente impuesta por la Iglesia.
Desde principios del siglo XVI, ser homosexual o mantener prácticas sexuales condenadas por el discurso moral impuesto por la Iglesia y la corona implicaba estar condenado a la muerte. “El pecado contra natura o nefando, término que se utilizaba para designar a una serie de actos que podían ir desde la masturbación hasta la sodomía, era la falta más atroz para esa sociedad porque atentaba contra lo más sagrado para ellos: la reproducción”, comenta en entrevista Gonzalo Castañeda Mercado, historiador de la ENAH.
“Se elaboraron discursos de odio que llegaron a terminar con la vida de una persona por el solo hecho de ser diferente”, dice el investigador en temas relacionados a la sexualidad y al matrimonio en la Nueva España.
Uno de los casos más conocidos y documentados de la época es el de un proceso judicial por sodomía contra un grupo de hombres que fueron condenados a la hoguera y sus cenizas esparcidas lejos de la urbe para erradicarlos totalmente, refiere el investigador.
Fue en 1657 cuando una mujer sorprendió a dos hombres en el acto sexual, quienes al ser apresados y llevados ante el Tribunal Supremo de Su Majestad confesaron ser culpables del pecado nefando y acusaron a sus cómplices. De aquel caso se descubrió que habían unos 123 involucrados, de los cuales 14 fueron condenados a la hoguera. Un menor de edad, de 14 años, fue condenado a 200 azotes. “El caso es interesante porque en los documentos también vemos las expresiones despectivas con las que se refieren a los procesados, como que cuando los cachan ‘estaban jugando como perros’; que se comportan como mujer y que saben hacer tortillas, un acto totalmente mujeril para esa sociedad”, indica.
Según Castañeda Mercado, el tribunal de la Santa Inquisición no incidía directamente en los casos por sodomía al no considerarlos atentados contra la fe. Asegura que la justicia civil era la encargada de juzgar a las personas condenadas por ese delito. Sin embargo, este caso judicial se complicó y requirió la participación del temido Tribunal del Santo Oficio cuando alguien de los procesados acusó a un sacerdote de sodomita y de tener relaciones con ellos. La resolución final fue llevar a los condenados a la hoguera más alejada de la ciudad, una que se ubicaba en la actual zona de San Lázaro. “Además, la ley decretó que sus cenizas fueran arrojadas al viento o a la laguna más lejana con el fin de que ni sus cenizas mancharan al resto de la comunidad cristiana”, comenta el historiador.
Siglo XX. Tres siglos después, la mañana del 18 de noviembre de 1910, la sociedad porfiriana despertaría también con la noticia de un acto que “atentaba contra su moral”. En la madrugada, una redada policiaca en la calle de La Paz (Ezequiel Montes), en la Tabacalera, dejó al descubierto una reunión de homosexuales, algunos de ellos vestidos de mujer. Los diarios indicaban que eran 42 los detenidos, pero de la nada pasaron a ser sólo 41. El otro era el yerno de Porfirio Díaz.
Aquella redada policiaca sería la primera de las tantas que tuvieron lugar todavía hasta finales del siglo pasado. Una época en la que ser homosexual, lesbiana, transexual o prostituta significaba estar condenado a la marginalidad y a la cárcel. “Ser gay en los años 30 y todavía a finales de los 70, cuando comienza a darse los movimientos por la liberación sexual, era un delito. Al acercarnos a conocerlo vemos un México oscuro, donde parece que las leyes no existían”, comenta el historiador José Antonio Rodríguez, quien ha documentado algunos casos de homosexuales encarcelados, a partir de las crónicas y reportajes que en los años 30 publicó la revista Detectives, ahora en el acervo de la Fototeca Nacional. “Para referirse a ellos utilizaban dos vocablos: los neutros y los irregulares. Es interesante esta documentación porque los reporteros no saben cómo referirse a ellos, utilizaban adjetivos, algunos despectivos, como ‘lacras que amenazan la sociedad’”, relata.
En esos textos periodísticos, explica el investigador, se puede ver la marginalidad y la represión que los gays vivían en esa época. Una condición que permanecería hasta finales de los 70, cuando comienza a darse el movimiento por la liberación sexual, lo cual marcaría el inició de una lucha que persiste hasta nuestros días. “Ya no tenemos una hoguera, no llevan a la Inquisición a una mujer que besa a su pareja mujer en la calle, pero sí sigue habiendo una condena social”, señala Cecilia Núñez, investigadora en temas de género y sexualidad.
La encargada de Comunicación Universitaria en la Universidad del Claustro de Sor Juana sostiene que, a pesar de los avances a nivel legal, aún existe el rechazo de ciertas instituciones civiles que siguen rigiendose por la moralidad impuesta por la Iglesia. “Hay avances, pero con limitantes que no permiten que todas las personas tengan los mismos derechos. El hecho de tener los preceptos morales que vienen de la Iglesia católica y que están vigentes todavía en nuestra sociedad no nos permite observar la diversidad que hay entre todas las personas”, dice.