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La escritora mexicana Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) reconoció hoy en una entrevista que ve las cosas "de otro modo" con el inexorable paso de los años, uno de los ejes de su último libro, El viento de las horas, que acaba de desembarcar en España tras hacerlo en México.
"Hay muchas cosas buenas de envejecer que por desgracia serían mucho más útiles si fueras joven. Por ejemplo, que no te importe tanto el qué dirán o que te aflija menos el 'qué va a ser de mí', 'a qué me voy a dedicar'", indicó en una entrevista en su casa de la colonia (barrio) de San Miguel Chapultepec de Ciudad de México.
Vestida con un pantalón gris y una blusa celeste sobre la que se desliza juguetón un colorido chal de tonos azules que la escritora no para de acomodarse, Mastretta revela que las cosas que le inquietaban de joven son muy distintas a las que le preocupan ahora.
"Vivía con una prisa, no con una prisa fingida, pero sí con una urgencia de comerme el mundo y sin dar muchas treguas", rememora, mientras el sol calienta a través de los ventanales su hogar del poniente de Ciudad de México.
Y sonríe al pensar en "lo que era capaz de hacer un día cuando tenía 25 años".
"Creo que ahora con un día de esos me tendría que quedar en cama los siguientes cuatro", bromea la autora de Arráncame la vida, Premio Rómulo Gallegos en 1997.
Mastretta asume sin dramas que "dentro de veinte años" puede estar sentada en una de las mecedoras de su hermoso jardín "recordando probablemente" y "sin culpa", supone.
La memoria personal es ahora uno de los principales motores de su escritura, como quedó de manifiesto también en su penúltimo trabajo, La emoción de las cosas (2013), que define como un "complemento" de El viento de las horas.
El renovado interés en su pasado, que se evidenció antes en Puerto libre (1994), El mundo iluminado (1998), El cielo de los leones (2004), procede de la traumática pérdida de su madre hace ya casi una década, un suceso que la dejó "inerme".
"Lo que me curó fue escribir. Y no podía escribir ficción. Todavía me está costando trabajo escribir ficción. Empecé a escribir con soltura memorias, desordenadas, como cabos sueltos o botellas echadas al mar", confiesa sobre su actual proceso creativo.
Entre sus lectores, que califica de "muy generosos", los hay que "solo leen ficción" pero también los que buscan "recuentos, memorias, opiniones, y esos han resultado lectores muy cercanos", argumenta.
"Es muy raro" porque son personas que la conocen "muy bien", gracias también a las redes sociales como Twitter, donde tiene 35 mil seguidores, que a ella le permiten a su vez saber cosas de ellos.
Con ellas llega a establecer "conversaciones muy sueltas, muy libres, y a veces muy divertidas", pero también "melancólicas o pensativas" sobre temas muy diversos, como el transcurrir del tiempo.
"Odio decir que al envejecer, pero para qué voy a inventar que no, cuando creces, hay muchas cosas que ves de otro modo", indica.
El viento de las horas comienza con un pasaje en el que Mastretta y su hermana caminan por las calles de su Puebla, hablando de personas conocidas de la infancia a las que la escritora ya no reconoce.
El universo femenino tiene también su peso específico en esta última novela, como ha sucedido en toda su obra.
Para Mastretta, la situación de la mujer en las sociedades mexicana y española, aunque difícil, es mejor que en el pasado, a pesar de "la hostilidad" que sufre a veces del sexo opuesto.
"No creo que ahora sea peor que antes. En muchos sentidos para muchas de nosotras es mucho mejor. Para mí es más fácil ser madre y para mi madre fue más fácil que para mi abuela", afirma, antes de aclarar que no tiene por qué ser así para todas las mujeres.
En México, Mastretta ha sido portavoz de la Red Nacional de Refugios para las Mujeres, que atiende a las víctimas de violencia intrafamiliar.
Volviendo a la literatura, afirma que tuvo "la suerte de entrar en la cola" del boom latinoamericano protagonizado por los García Márquez, Vargas Llosa y compañía.
"Entonces éramos un continente de moda, ahora está de moda Asia o África", sostiene la autora de Mujeres de ojos grandes (1990).
Puebla, su ciudad natal, ubicada a unos 130 kilómetros de la capital mexicana, en el centro del país, es el blanco de uno de los proyectos de ficción que tiene entre manos, una "gran novela", una "auténtica fantasía" porque es "muy ambiciosa".
También trabaja en otro libro "muy personal" sobre una cantante que triunfó a los treinta años y que, tras permanecer en el olvido durante años, se plantea volver a los escenarios a los sesenta.
Y todavía tiene un tercer proyecto, un libro sobre "lo que es vivir con epilepsia", un mal crónico que padece desde la juventud.
sc