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ssierra@eluniversal.com.mx
La tendencia a ver la obra fotográfica de Juan Rulfo vinculada siempre a los territorios y personajes de literatura cerró por mucho tiempo la posibilidad de construir nuevas lecturas en torno de su fotografía.
Las investigaciones muestran que los más de 6 mil negativos de su autoría que conserva la Fundación Juan Rulfo (además de 200 materiales en color) son de dos formatos: cuatro por cuatro, y seis por seis; son imágenes en un amplio abanico de grises, no tanto de altos contrastes; son fotos sobre tres temas esenciales: arquitectura, paisaje y retrato; casi nunca, los personajes retratados —sobre todo los de una primera época— miraban a la cámara.
Su trayectoria como fotógrafo tiene dos etapas claras: de 1934-35 a 1949, y de 1950 a 1962.
Establecer esa cronología de su trabajo con la cámara y varias características de la obra fotográfica son tema de investigación de la historiadora Paulina Millán, quien ha dedicado una década a explorar los archivos de la Fundación, y ha buscado en hemerotecas, archivos públicos y privados la huella fotográfica de Rulfo.
“La cámara fue su compañera de vida”, dice Millán, maestra de Historia del Arte y candidata a doctor, quien ha investigado en específico la trayectoria de Rulfo como fotógrafo y su obra en los años en que trabajó en la Comisión del Papaloapan, entre 1955 y 1957.
“Rulfo fue un fotógrafo clásico que hizo fotos de los géneros clásicos de la pintura: paisaje, arquitectura y retrato. Él nunca trabajó en el cuarto oscuro, a veces se cree que lo hacía, pero mandaba a revelar sus negativos e imprimía sus contactos y, sólo en ocasiones especiales, con fotografías familiares o cuando quería publicar o regalarlas, las imprimía en tamaño más grande”.
Millán define la obra fotográfica de Rulfo como de una mirada de México de la primera mitad del siglo XX, muy contagiada de fotógrafos de paisaje y arquitectura, con vínculos con Hugo Brehme y Paul Strand: “Aunque en esos años se estaba dando ya la fotografía de vanguardia, Rulfo no hizo fotografía de vanguardia. Fue un fotógrafo, más que nada, de tintes artísticos; no era documentalista, aunque nos dio una mirada de lo que había, pero no tenía una intención de denuncia”.
En cuanto a las composiciones, la historiadora las describe como muy clásicas, en tercios, y con un manejo de los grises muy importante.
Millán no duda que en Rulfo el alpinismo fue el camino hacia el mundo de la foto: “En el Seminario había un grupo de alpinismo con el que empezó a recorrer las cumbres de Jalisco y Colima; fue hacia los años 34, 35. Fue un autodidacta de la cámara hasta donde sabemos; no tenemos información de que alguien le haya enseñado el oficio.”
Es en estos años en los que la investigadora sitúa el inicio de su primera etapa como fotógrafo, que concluye en el 49, cuando por primera vez sus fotos aparecieron en una publicación: la revista América, con el título “11 Fotografías de Juan Rulfo”.
Ese mismo año, la empresa Rolleiflex lanzó su cámara de seis por seis, y más o menos desde esa época él tomó fotos con una de estas nuevas cámaras, hasta entonces había usado la Rolleiflex baby. En su segunda época se involucró con otros temas: indígenas, ferrocarriles, cine y hasta foto aérea.
Rulfo, cuenta Millán, publicó además de en América, en las revistas y publicaciones Mapa, Acción Indigenista, Sucesos para todos y la Guía de Caminos de la Goodrich Euzcadi; además encontró que en el suplemento México en la Cultura, de Novedades, también se publicaron sus fotografías.
“Publicó en México en la Cultura en 1954, dos fotos, sin crédito, del Ballet de Magda Montoya que hizo a la par de Nacho López. Este suplemento ya había publicado sus cuentos “El día del derrumbe” y “La herencia de Matilde Arcangel”. En el 55, México en la Cultura dedicó un número a la Comisión del Papaloapan, donde Rulfo era el director de Publicaciones, ahí apareció un texto de Alfonso Villa Rojas, que se ilustró con siete fotos de Rulfo: “La población indígena en la cuenca del Papaloapan”. Por años no se supo que eran de él.” En ese suplemento, que publicó luego otras de sus fotos, no aparecían con su crédito de fotógrafo.
Millán halló que, contrario a lo que se dice de que las fotografías de indígenas las tomó cuando estuvo en el Instituto Nacional Indigenista, éstas las hizo antes, en la Comisión del Papaloapan.
En los 50, Rulfo también hizo fotografía para cine: “Participó en el cine, tanto como asesor de verosimilitud histórica (La Escondida), que como guionista; en Danzas Mixes, que es un documental cortito que hizo con Walter Reuter se dice que es el guionista; colaboró con Roberto Gavaldón en el documental de la terminal del Valle de México; y trabajó con Antonio Reynoso y Rafael Corkidi en El despojo, donde también hizo fotografías”.
Una característica que Millán resalta es que al publicar cuentos, Rulfo no los ilustraba con sus fotografías y que a sus fotografías tampoco les ponía algún fragmento de su narrativa:
“No se vinculaba como fotógrafo y escritor; separó ambas obras. Ha habido una tendencia a decir que esas fotos hablan de Comala, de la Media Luna, de Pedro Páramo. La gente que está muy arraigada a esa teoría dice que es obvio, que lo dijeron Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez; incluso, mucho tiempo se hicieron libros de su fotografía con textos de sus obras. Creo que hay vínculos y relación porque es una manera de entender el mundo y la plasmaba en dos diferentes disciplinas artísticas. Cuando inicié mi investigación sobre la fotografía de Rulfo se sabía muy poco porque la única línea de investigación era esa: relacionar la fotografía con la literatura. Yo, como metodología, me impuse no vincularlas porque entonces iba a hacer lo que se estaba haciendo, y no iba a descubrir nada”.
Aunque se piensa que es en 1980 cuando presentó su primera exposición, investigadores como Lon Pearson y la misma Fundación han encontrado que en 1960 presentó una muestra en Guadalajara.
Poco después, en 1962, es cuando la carrera de Rulfo en la fotografía termina. Millán dice que a partir de entonces, aunque sí hizo más fotos, eran de familiares y de amigos.
Pero sí fue en 1980, año del homenaje nacional en Bellas Artes, cuando con la exposición de 100 fotografías se dio el primer gran encuentro del público con su foto. “Las imprimió Nacho López, y quedaron muy contrastadas, porque López era de claroscuros, por ejemplo, el retrato de Pedro Armendáriz no se veía bien comparado con el original”.
Millán dice: “Rulfo salió a recorrer el país, cámara en mano —fue su compañera de vida— hasta el 62. Por esos años entró al INI y tener un horario más rígido no le permitía sentarse a escribir y a hacer foto. La última serie, se puede decir, es cuando salió en 1961 por el sur de Jalisco y Colima con Carlos Velo, buscando los sitios que inspiraron Pedro Páramo para hacer la película”.