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La relación del pintor belga René Magritte (1898-1967) con la filosofía, unida a su obsesión por colocar a la imagen al mismo nivel que la palabra, dio al Centro Pompidou de París su primera gran monográfica de la temporada, "Magritte. La trahison des images", que abre mañana sus puertas el público.
Además de ofrecer esta visión inédita, la propuesta aspira a "sacar a Magritte del encierro en el mundo surrealista donde todavía se encuentra en Francia", y aportar la lectura hecha hace ya décadas en Estados Unidos, donde se le considera un artista conceptual, "es decir, un hombre que piensa con imágenes", explica su comisario.
Construida por Didier Ottinger sobre cuatro grandes mitos fundadores del verbo, la pintura o la filosofía, la muestra resalta el viraje de Magritte a partir de 1932, cuando pintó Les affinités électives y, con ese huevo encerrado en una ajustada jaula rompió el automatismo arbitrario característico del surrealismo.
A partir de entonces, dejó el azar y la poesía que Bretón y los suyos buscaban en el encuentro fortuito de elementos dispares -como un paraguas, una máquina de coser y una mesa de disección- para comenzar, metódicamente, "a resolver problemas", como el de la mujer, los zapatos, la lluvia o la silla, apunta Ottinger.
La primera sala ilustra esa tarea a la que se entregó con ahínco, y a partir de mediados del siglo XX con cuidada filosofía.
Revela, asimismo, cómo comenzó a elaborar un vocabulario en apariencia sencillo, de inspiración egipcia, jeroglífica, cuando las ideas se transmitían también con el poder de la imagen.
Esa nueva estética podría resumirse en dos óleos representativos: Le Dormeur téméraire (1928), durmiente sobre un jeroglífico magrittiano compuesto por un sombrero, una vela, una manzana, un lazo azul, un pájaro y un espejo; y Les vacances de Hegel (1958), paraguas sobre fondo rosa con un vaso de agua encima.
Con esa lógica relación entre el agua y el paraguas -sin disonante máquina de coser a la vista- el discreto, erudito y también rebelde Magritte contestaba, justamente, uno de los principios constituyentes del surrealismo que había trastocado su arte en 1923 y al que se acercó en 1927, en cuanto llegó a París.
Ese segundo óleo, imagen y cartel del evento, delata asimismo la intensa relación con la filosofía y con algunos filósofos mantenida por el artista, recuerda el comisario.
El último de ellos fue Michel Foucault, a quien quiso conocer tras leer su libro Les Mots et les Choses (1967) y con quien entabló una amistad que en 1973 culminó con la publicación de "Ceci n'est pas une pipe", título con el que el filósofo retomaba un tema típico de algunos cuadros de Magritte.
Las otras cuatro salas de la exhibición, que hasta el próximo 23 de enero reúne en la sexta planta del Pompidou un centenar de óleos y dibujos procedentes de grandes museos y colecciones privadas, ilustran cada uno una historia fundadora, preludiada por una o dos obras antiguas, entre ellas una naturaleza muerta de Zurbarán.
Abre la serie un espacio dedicado a "las palabras y las imágenes", precedido de un cuadro sobre el capítulo 32 del Éxodo del Antiguo Testamento, en el que Moisés, airado con el pueblo de Israel, como poco antes estaba Yavé, rompe las tablas divinas al descubrir el becerro de oro que estaban adorando.
La muestra revela como la imagen (del becerro dorado) perdió aquí definitivamente la batalla contra el texto (las tablas) y el verbo se impuso triunfante en este capítulo de final sangriento, donde la ira de Yavé solo se aplacó con la matanza de tres mil hombres.
El mito de la invención de la pintura, el de la caverna de Platón, los temas de las cortinas y el 'trompe-l'oeil", ambos compartiendo espacio final con el de la belleza heterogénea, son las otras visiones que aporta la muestra sobre la reflexión filosófica y el estatuto de las imágenes que tanto interesaron a Magritte.
El grueso de la exposición se dedica, precisamente, a poner en relación dichos temas con famoso cuadros del pintor.
sc