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La extraordinaria pero a menudo desconocida potencia creativa de la escultura budista japonesa brilla ahora en una muestra en Roma que reúne, por primera vez, una serie de tallas custodiadas durante siglos en la penumbra de sus templos.
La exposición podrá visitarse hasta el 4 de septiembre en las Escuderías del Quirinale y pretende mostrar la tradición escultórica del budismo nipón y su evolución desde su simplicidad iniciática hasta la creación de un nuevo estilo expresivo y realista.
"En Occidente nadie conoce esta tradición escultórica, expresión sobre todo del budismo japonés y que ha ejercido también como vehículo a través del cual Japón se convirtió en Estado", señaló en una entrevista el ideólogo de la muestra, Francesco Lizzani.
El experto y su esposa, la orientalista Laura Ricca, durante un periodo trabajando en una Universidad japonesa tuvieron la idea de sacar literalmente estas esculturas de los lugares de oración y meditación para darlos a conocer en Roma.
Una intención que en un principio parecía imposible pero que finalmente, explica el profesor, "la fuerza del sueño venció" gracias a los esfuerzos de la Universidad de Bolonia y al primer ministro nipón, Shinzo Abe, que apostó por invertir en la muestra.
"Es el primer viaje de estas esculturas a Occidente y Japón ha apoyado económicamente y políticamente esta idea", destacó Lizzani.
El resultado es una exposición compuesta por veintiuna tallas que recorre cronológicamente la evolución de la escultura budista japonesa, desde su llegada y consolidación en la isla en el periodo Asuka (VII-VIII) hasta la era Kamakura (1185-1333).
La religión budista fue fundada en la India septentrional por Buda Gautama en torno al siglo V y, tras expandirse rápidamente por China y Corea, a mediados del siglo VI llegó a Japón, donde ya se profesaba una nativa religión de corte naturalista: el sintoísmo.
Desde la llegada del budismo a Japón dio inicio la producción ininterrumpida de esculturas dirigidas al culto divino, cuya supervivencia se explica por la ausencia de persecuciones religiosas y la convivencia entre la nueva religión y el sintoísmo.
La mayor parte de la escultura budista japonesa está fabricada en madera y está destinada al culto divino, como "exigencia de una salvación, de una intercesión hacia un futuro más allá de nuestro mundo", en palabras del experto.
Recorrer las galerías de las Escuderías del Quirinale implica ahora hacerlo bajo la severa mirada de divinidades budistas, únicos testigos de las plegarias y lamentos que sus fieles les han profesado en la intimidad del sagrario con el paso de los siglos.
Llama la atención el ceño fruncido de la representación de Bonten (1289), una deidad encargada de proteger la doctrina, o la postura hierática de un Shaka Nyora (finales del VII), en bronce.
Uno de los mensajes que trascienden durante el recorrido expositivo es la similitud entre algunas de las tallas con otras representaciones occidentales, a pesar de que los contactos entre ambos extremos del mundo eran por entonces limitados.
Es el caso de una escultura en madera policromada de Tamonten (1310), uno de los Cuatro Soberanos Celestes y que, báculo en mano, mantiene bajo sus pies a una figura grotesca del mismo modo en que el ángel Gabriel reduce al diablo en la iconografía cristiana.
O una figura de ojos vidriosos que representa a Taizan Fukun (1237), encargado de juzgar las almas tras su muerte, un rol que se repite en muchas culturas del mundo.
En opinión del experto, con estas obras se intuye una suerte de "identidad arquetípica" que comparten los humanos.
Este hecho, en su opinión, se explica mediante el concepto del "universalismo", es decir, que aunque las personas estén separadas por enormes diferencias culturales, al mismo tiempo permanecen unidas por unos códigos expresivos similares.
"Estamos separados por enormes diferencias culturales, lingüísticas, no nos comprendemos, pero en estas enormes diferencias tenemos raíces humanas comunes", destacó.
Quizá una de las piezas más sorprendentes es la escultura en madera de un monje meditando (siglo XIII), debido a la armonía de sus formas pero sobre todo por el meticuloso realismo de su rostro.
Se trata del retrato de un religioso, objeto de devoción a partir del siglo XII ya que se creía que algunos monjes, tras un periodo de preparación, podían curar milagrosamente mediante la oración, por lo que eran venerados como encarnaciones de Buda.
La exposición se ha establecido justamente el año en el que Italia y Japón conmemoran el 150 aniversario de la firma del "Tratado de Amistad y de Comercio", con el que dieron comienzo las relaciones diplomáticas entre ambos países.
sc