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ricardo.quiroga@eluniversal.com.mx
Monterrey. —
Las ciudades flotantes, los poliedros como transporte aéreo impulsado por la termodinámica, y con ello la renuncia a los hidrocarburos, y las travesías espaciales son “realidades posibles” que motivan el trabajo artístico y multidisciplinario de Tomás Saraceno (Argentina, 1973).
Con ayuda del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, el artista inspirado por la astronomía aterriza en la capital neoleonesa su primera gran exposición en América Latina titulada "Ciento sesenta y tres mil años luz", los mismos que nos distancian del cúmulo de galaxias de la Nube de Magallanes en nuestro vecindario cósmico.
Para esta muestra en el MARCO, “quizás más grande de todo lo que he hecho en Europa”, acota, el trabajo de planeación le ha tomado dos años y medio, y requirió invertir tres semanas de instalación “en colaboración con distintas familias de arañas” para desarrollar sus “Telarañas híbridas”, que son un paralelismo entre la biología y la astronomía, una interpretación del tejido cósmico y un experimento de comportamiento grupal.
La propuesta de Saraceno se distribuye en tres grandes núcleos, contextos que desde un inicio obligan a gran parte de los visitantes a enfrentarse con sus fobias toda vez que se les alerta que durante el recorrido existen espacios ausentes de iluminación y en los cuales pueden toparse con arañas vivas y sin habitáculo.
De inmediato y sin preámbulos, casi en la penumbra, está la sala de las telarañas contenidas en urnas de cristal y tejidas por especies con distintos grados de sociabilidad. Saraceno primero dejó que una familia realizara su trabajo de construcción para luego sustraerla e introducir otra que modificó el entramado. En algunas urnas intervinieron hasta tres generaciones de arácnidos. Todas ellas están perfectamente selladas, excepto una que no tiene protección y en cuyas redes habitan arañas ciegas.
El segundo núcleo, el más heterogéneo, muestra las inquietudes del artista sobre la aviación y la termodinámica, la exploración, el azar y la fotografía. Allí están dos de sus globos que pueden impulsarse con nada más que el calor, uno del que proviene del sol y otro del que emana de la superficie terrestre. También están los caprichosos cristales de sal con formaciones geométricas que halló durante su travesía al Salar de Uyini, en Bolivia.
En esta estancia también pueden apreciarse diversas proyecciones que delatan su inquietud por el Universo, dan constancia de sus viajes y muestran las pruebas de vuelo de sus globos térmicos.
Por último y precedida por la proyección de la Nube de Magallanes, está una laberíntica instalación de estructuras poliédricas suspendidas a distintas alturas por cuerdas que van en todas direcciones. Allí no hay camino seguro. Para recorrer la pieza el visitante debe sortear los entrecruzamientos.
Artista, no científico. Pese a su injerencia en las ciencias exactas —estudió en el Programa Internacional de Estudios Espaciales de la NASA—, Saraceno se siente cómodo en la posición de artista. “No me tengo que excusar, no tengo que explicar qué es. Todo es mucho más intuitivo”, declara.
Dice sobre la aplicación práctica de sus piezas que “la practicidad siempre es una cosa que muta. Para la gente que es amante del arte es práctico tener una escultura” y, en el caso de sus “Telarañas híbridas”, señala que la practicidad varía con cada campo de estudio que se involucra en ellas.
Si bien prefiere asimilarse como creador estético, lo detallado de su trabajo le ha permitido involucrarse de manera íntima como la biología. Cuenta que él y su equipo desarrollaron en Berlín el primer escáner en el mundo capaz de digitalizar cada detalle de la complejidad de una tela de araña y lo ha puesto a disponibilidad de los aracnólogos como herramienta de trabajo.
Si bien el MARCO especifica que “Ciento sesenta y tres mil años luz” se compone por 15 instalaciones, Saraceno prefiere no cuantificar las piezas expuestas y habla sobre una instalación íntegra, la cual permanecerá en la capital neoleonesa hasta el próximo 6 de noviembre.