Más Información
Sheinbaum se reúne con Lemus; “trabajar al estilo jalisco es en coordinación con la federación”, expresa gobernador
Marko Cortés difunde infografía a favor de denominar terroristas a cárteles; el “primer paso es reconocerlo”, dice
Activistas rechazan colocación de cámaras trampa para fauna en Tren Maya; piden retirar mallas metálicas que obstruyen su paso
Revés al INE, juez niega retirar suspensión definitiva a reforma judicial; da 48 horas para acatar sentencia
ana.pinon@eluniversal.com.mx
Es 3 de septiembre de 1939. Francia y Gran Bretaña declaran la guerra a la Alemania nazi, cuyas tropas habían invadido Polonia dos días antes. Sigmund Freud es aquejado por cáncer en el paladar y Clive Staples Lewis se ha convertido al cristianismo. Estas dos mentes brillantes se reúnen en el consultorio del psicoanalista que ha huido de Viena. Durante el encuentro, sonará una alarma que los hará pensar que sus vidas están en peligro ante el inminente bombardeo y escucharán la radio para escuchar las noticias y la posición de Churchill. Es un día difícil. El desasosiego propicia una discusión en torno a Dios y a la fe.
El encuentro no ocurrió jamás, pero es la premisa de la obra La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, basado en el libro The Question of God, de Armando Nicholi, que se estrenó el jueves en el Teatro López Tarso del Centro Cultural San Ángel, con traducción y dirección escénica de José Caballero, protagonizada por Luis de Tavira como Freud y Álvaro Guerrero como Lewis, y escenografía de Alejandro Luna.
El estreno fue una cátedra de actuación. Luis de Tavira, dedicado a la dirección escénica desde hace casi 50 años, regresó a la actuación tras más de 30 años de la última vez que pisó un escenario como actor.
De Tavira apareció en el escenario y, de inmediato, era Sigmund Freud, de 82 años, vulnerable por las dolencias del cáncer diagnosticado en 1923, harto del falso paladar que no sólo le provocaba un aliento nauseabundo, también heridas y dolor insoportable; apesadumbrado por el exilio y por el avance de los nazis y la guerra.
Pese a todo, De Tavira presenta a un médico neurólogo austríaco poderoso, brillante, a un pensador que haya en el humor una forma de salvación porque si sólo nos enfocamos en el horror y en la tragedia, no habrá más escapatoria. Aún en las crisis de dolor físico, como tener que retirarse el paladar con un alarido; el Freud de De Tavira se presenta como un hombre digno, y con la energía de plomo para sostener sus teorías, pensamientos e ideologías, como la firme convicción de que Dios no existe y que en el final de los finales estamos solos. Tras la muerte, la nada.
Guerrero es también, de inmediato, el escritor y profesor irlandés Clive Staples Lewis, figura central de la literatura británica, autor de Crónicas de Narnia y Trilogía Cósmica, que pasó por una etapa de ateo y se reconvirtió al cristianismo. Un hombre empático, lúcido, entrañable, un contrapeso frente a la genialidad de Freud.
Los actores no presentan una batalla, sino un diálogo, una discusión, una danza del pensamiento, de la empatía, de humanismo. Una escena tras otra resultan memorables, lo mismo el ataque de risa que les sobreviene tras la alarma aterrorizante; que la del punto más álgido de la discusión acerca de la existencia de Dios. Al final, Freud advierte que uno de los dos es un idiota porque si existe ya se saludarán en otro momento; si no, jamás lo sabrán.
El público se entrega a ellos, a la producción, con aplausos de pie, con una ovación que se prolonga durante varios minutos. Luis de Tavira abraza a Álvaro Guerrero, mira conmovido a la audiencia que lo aclama, lo celebra. El estreno ha sido una cátedra de actuación. De eso se trató.