Ratones de laboratorio que pasan de ser animales tranquilos a depredadores incansables. Un grupo de científicos logró esta reacción al aislar y estimular el circuito cerebral que coordina los instintos de la caza predatoria, según un estudio publicado hoy por la revista Cell.
Investigadores de la Universidad de Yale (EE.UU.) localizaron un conjunto de neuronas situadas en la amígdala -el centro del cerebro que rige las emociones y la motivación- que dan la señal para que el animal persiga a su presa y otro que manda el impulso para que use sus mandíbulas y los músculos de cuello para morder y matar.
Los expertos usaron en su estudio la optogenética, una técnica nacida de la óptica y la genómica que permite intervenir en neuronas concretas para hacerlas reaccionar al ser estimuladas con luz.
Cuando el láser está apagado, los animales se comportan con normalidad, pero al encenderlo "adquieren lo atributos de los 'caminantes' de The Walking Dead, persiguiendo y mordiendo casi cualquier cosa que encuentren en su camino, tapones de botellas y varillas de madera, incluidos", señala un comunicado.
"Cuando encendíamos el láser saltaban sobre un objeto, lo sujetaban con las patas y lo mordían con intensidad, como si estuvieran intentando capturarlo y matarlo", explicó el director del estudio y profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Yale, el brasileño Ivan de Araujo.
Sin embargo, los ratones en ese estado de actitud depredadora no atacaban a otros congéneres que estuvieran en la misma jaula, lo que les diferencia de los zombies de The Walking Dead.
En la naturaleza, "la caza predatoria se traduce en comportamientos muy complejos que son comunes a la mayoría de los vertebrados con mandíbula, incluidos los humanos.
De Araujo señaló que el hambre también afecta al comportamiento predador, pues cuanto más hambriento está el animal, con mayor agresividad persigue a su presa mientras duraba la estimulación lumínica.
"El sistema no es solo la agresión generalizada" sino que "parece estar relacionado con el interés del animal en conseguir comida", agregó el experto.
El estudio surge del interés de De Araujo por entender los mecanismos naturales que subyacen en las costumbres alimenticias de los animales, por lo que analizó el comportamiento de alimentación y vida de los ratones en cautividad.
Esos animales de laboratorio "no tienen otra cosa que hacer salvo comer las bolitas de comida que les echamos en la caja", señaló el investigador, quien recordó que empezó a preguntarse "hasta qué punto era natural y relevante ese comportamiento".
Ese interés le llevo a un estudio para hacer un mapa de las áreas del cerebro asociadas con la caza y la alimentación, y aunque se localizaron varias áreas implicadas en esas funciones había una que respondía, casi exclusivamente, a la caza.
Dicha zona cerebral, situada en el centro de la amígdala tenía también relación con las áreas que controlan los músculos vinculados a la caza, como las mandíbulas y el cuello.
La manipulación selectiva de diferentes tipos de neuronas en la amígdala permitió al equipo identificar una conjunto de ellas que controlan la búsqueda y otra para asesinar.
Los experimentos se realizaron usando como presas objetos como trozos de madera, tapones e botellas, juguetes con forma de animal e insectos vivos, precisa el estudio.
Además, los investigadores lesionaron de forma específica cada tipo de neuronas, de manera que cuando se afectaba a las que están asociadas con la capacidad de morder y matar, el ratón perseguía a su presa pero no la mataba, pues la fuerza de sus mandíbulas se reducía al 50 %. "No eran capaces de dar el mordisco asesino", indicó De Araujo.
jpe