¿Existe algún mecanismo neurobiológico que pueda explicar la deshonestidad? Pues parece que sí. Un revelador estudio del University College of London publicado en la revista Nature Neuroscience encuentra que el cerebro humano es capaz de aceptar y adaptarse a la deshonestidad.
La amígdala cerebral
Diferente de la amígdala palatina o tonsila, que se encuentra en la garganta, la amígdala cerebral es una región a cargo del desarrollo de las emociones humanas y es parte del sistema límbico, un conjunto de núcleos cerebrales responsables de la vida afectiva, el desarrollo de la memoria, el instinto de preservar el organismo y la especie, y el nexo entre el medio ambiente y nuestros órganos internos antes de realizar una acción.
Al estimular la amígdala cerebral de un animal, este responde con agresividad, pero si es extraída, el animal se vuelve indiferente y ya no reacciona ante un estímulo que antes le había causado miedo o excitación sexual. Una persona con lesión de la amígdala cerebral no solo es incapaz de expresar sus emociones, sino que a pesar de reconocer el rostro de otros es incapaz de reconocer las emociones en el rostro de otras personas. La amígdala cerebral es responsable del creer en nuestros instintos, en que sin pensarlo dos veces, nterpretamos instantáneamente una experiencia y la aceptamos o rechazamos de plano.
El experimento
Lo que hicieron los científicos fue estudiar dos hechos de común observación. El primero trata de cómo es que los grandes actos de corrupción empiezan siempre con pequeñas transgresiones, las cuales van creciendo progresivamente, hasta convertirse en delitos de gran magnitud. En otras palabras, cómo es que el corrupto empieza de a poquitos y sus delitos van progresivamente haciéndose cada vez mayores. El segundo hecho es cómo el miedo inicial que desarrolla el corrupto al darse cuenta de que está haciendo algo malo va desapareciendo poco a poco con subsecuentes actos de deshonestidad, convirtiéndose progresivamente en un sinvergüenza que, como se dice popularmente, "ya no tiene sangre en la cara".
Debido a que previos estudios habían demostrado que la disminución de la actividad de la amígdala cerebral hacía que las personas se acostumbren progresivamente a estímulos negativos, y que otras investigación demostró que los estudiantes que tomaban un medicamento inhibidor de la función de la amígdala cerebral eran más propensos a copiar que los que no estaban medicados, los investigadores pensaron que la actividad de la amígdala cerebral tenía mucho que ver con la deshonestidad.
Para demostrarlo diseñaron un experimento en el que 55 voluntarios participaron en un juego que los tentaba a engañar a sus compañeros y favorecerse económicamente de manera deshonesta. El juego estaba diseñado de tal manera que, al no enterarse de que sus compañeros se dieran cuenta del engaño, el deshonesto iba perdiendo el miedo a sus actos y se iba favoreciendo cada vez más y más. Lo novedoso del estudio, y algo que nunca se había hecho antes, fue que se analizó la actividad de la amígdala cerebral con la resonancia magnética funcional (fMRI), la cual permitió ver si la actividad de esta amígdala iba aumentando o disminuyendo a medida que el deshonesto iba engañando más y más. Los resultados fueron impresionantes.
Con los primeros actos deshonestos, la amígdala cerebral se activaba fuertemente. Pero con cada subsecuente acto deshonesto, su actividad disminuía progresivamente; es decir, la amígdala cerebral se iba acostumbrando a los actos deshonestos. En otras palabras, el corrupto empieza poco a poco y, al ir perdiendo la actividad de su amígdala cerebral, va perdiendo el miedo y se va acostumbrando al delito. La consecuencia es que, al ir perdiendo el miedo al castigo, el corrupto avezado va aumentando la magnitud de sus actos deshonestos. El gran corrupto pierde entonces completamente la actividad de su amígdala cerebral.
Corolario
Este estudio tiene profundas implicancias para el individuo y la sociedad. En primer lugar, debemos entender y aceptar que el mecanismo descrito que el cerebro humano es capaz de ir escalando y adaptándose a los actos deshonestos es un fenómeno natural y que puede ocurrir en cualquiera de nosotros. La gran pregunta es entonces: ¿por qué ocurre frecuentemente en ciertas sociedades y mucho menos en ciertas otras? Raymond Fisman, economista y especialista en comportamiento humano de la Universidad de Boston, dice que el asunto de la corrupción no es un asunto de la persona, sino del sistema en que vive. Si la corrupción es percibida como normal en un país, hasta la persona sin inclinación a serlo puede iniciarse y aprovechar del mecanismo cerebral descrito para acostumbrarse.
Sin duda, el cerebro del ser humano es capaz de adaptarse a la corrupción cuando el sistema en que vive lo permite. Christoph Stefes, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Colorado, dice que la historia enseña que una manera de luchar contra la corrupción sistémica es creando "islas de honestidad" en la sociedad, lideradas por individuos honestos, rodeados de personas honestas y que logren movilizar grandes segmentos honestos de la población, inclinando así la balanza de la sociedad hacia el lado de la honestidad.
jpe