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A principios del año parecía que los precios del petróleo (WTI y Brent) estaban en caída libre, llegando casi a 45 dólares por barril, contra casi 120 dólares por barril medio año antes. Seis meses después, los precios han repuntado a cerca de 60 dólares por barril.
Si bien la causa principal de la caída de precios fue el exceso de la producción global, el repunte se debe en gran medida al fuerte crecimiento de la demanda, que finalmente parece responder a las señales de precio. ¿Ha llegado el mercado a un nuevo equilibrio? No. La volatilidad de precios probablemente continuará durante meses o años. El mercado está viviendo cambios estructurales que tendrán efectos profundos.
En teoría, los bajos precios del crudo tendrían que haber sacado del mercado a los productores más costosos —yacimientos de esquisto, aguas profundas o arenas bituminosas—. Las empresas de esquisto eran la pieza a cobrar, pues aumentaron la extracción de aceite en Estados Unidos de prácticamente 5 millones de barriles por día entre 2008 y 2014.
Sin embargo, si bien el número de taladros en operación en Estados Unidos ha disminuido casi 60% en un año, la producción de aceite de esquisto sigue creciendo, aunque más lentamente. La agilidad de la industria de esquisto estadounidense, su capacidad de innovar tecnológicamente, reducir costos y acceder a múltiples fuentes de financiamiento en un lapso muy corto ha tomado por sorpresa a muchos observadores. Algunas empresas sobreendeudadas han tenido dificultades (o inclusive quebrado), pero el resto espera producir aun más si los precios se mantienen.
Este es un primer cambio estructural: la irrupción de cientos de productores pequeños, más afines a las start-ups tecnológicas que al puñado de enormes empresas petroleras que tradicionalmente han dominado el mercado. Desde este punto de vista, la estrategia de “guerra de precios” que emprendió la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) al negarse a reducir su oferta podría resultar ineficaz. Por un lado, el aceite de esquisto —el contribuyente principal al incremento de la oferta— ha salido prácticamente incólume, por lo menos hasta ahora. Por el otro, los proyectos más complejos y costosos —ejecutados por las empresas tradicionales (internacionales y estatales) en, por ejemplo, aguas profundas— han sufrido retrasos y cancelaciones.
De los tres mayores productores, dos (Estados Unidos y Rusia) siguen en pie, produciendo tanto o más que antes; el tercero (Arabia Saudita, líder de facto de la OPEP por controlar un tercio de la oferta de la organización) también ha hecho esfuerzos para aumentar su extracción y proteger su parte del mercado global. ¿Quiénes han sido los más afectados? Las empresas internacionales enfrascadas en grandes proyectos y, sobre todo, otros países de la propia OPEP.
Esto apunta a un segundo cambio estructural: la irrelevancia de la OPEP. Si bien el cártel de productores parece gozar de cabal salud, en realidad enfrenta una crisis de vocación. Su parte de mercado relativa a la oferta global no repunta. Internamente, está muy dividida. No solo la producción de sus miembros varía considerablemente —desde los 500 mil barriles diarios de Ecuador a los más de 10 millones de barriles diarios de Arabia Saudita— sino que además la baja de precios les afecta de manera distinta, pues su equilibrio fiscal varía considerablemente.
Así, abogan por metas de producción opuestas: Venezuela y Argelia, entre otros, desearían un recorte sustancial de la producción del cártel para que los precios repuntaran arriba de 100 dólares por barril. La OPEP reanudaría así con su mítico pasado de “productor acomodaticio” (swing producer) —perdiendo de vista que si hay un productor acomodaticio hoy en día es precisamente el esquisto estadounidense—.
Por su parte, los países árabes del Golfo Pérsico (excluyendo a Irán) prefieren producir a tope para conservar su parte de mercado, pero como se ha visto esta estrategia no ha tenido demasiado éxito todavía, pues los precios siguen por debajo de los requerimientos fiscales de la mayoría de los países miembros. Y por si no fuera suficiente, Irán exige que los otros países miembros reduzcan su cuota para absorber su propia producción, que podría aumentar significativamente si Teherán llega a un acuerdo nuclear internacional. En este contexto, la novedad sería que la OPEP siguiera existiendo en algunos años.
Presidente e integrante del Comité de Energía del IMEF
alfredo.alvarez@ey.com y eduardo.lopez@ey.com