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¿Cómo fue que en México pasamos de ser hospitalarios con la primera caravana migrante centroamericana —en octubre de 2018— a xenofóbicos con las ocurridas después? En un primer momento les recibimos y les dimos acogida.
El 18 de enero de 2019, México anuncia una nueva política migratoria, con base en los derechos humanos y con una orientación humanitaria. A los presidentes de Guatemala y de Honduras no les gustó nada la idea. Al primero, porque a algunos sectores de la extrema derecha guatemalteca cualquier cosa que venga de México les despierta suspicacia. Al segundo, porque el anuncio mexicano de emisión de tarjetas de visita, de permitir el tránsito ordenado hacia EU e incluso otorgar permisos de trabajo, llevó a algún funcionario hondureño a exclamar: ‘Se nos va a vaciar el país’.
Sin embargo, cuando Trump empezó a apretar al nuevo gobierno mexicano, se produjo un vuelco. Desde entonces, las personas migrantes y refugiadas, no solo quienes integraron las caravanas, han sido objeto de diversas manifestaciones de xenofobia mexicana, que se han incrementado, y que han llevado a la negación de derechos, estigmatización, criminalización, persecución e incluso agresión.
La xenofobia está tipificada como una conducta discriminatoria, prohibida en el marco jurídico nacional. Paradójicamente, pudo originarse al menos parcialmente porque el anuncio de que haríamos valer una política migratoria sustentada en el respeto a la dignidad y los derechos humanos no fue acompañado por la inversión en el desarrollo de las capacidades de las instituciones en las comunidades de acogida y tránsito y en su infraestructura de servicios. Este fue el caso sobre todo en lugares con recursos escasos, ya que es donde la atención a las personas migrantes y refugiadas podría despertar mayor rechazo social. Tampoco ayudó nada la ofensiva contra los organismos de las iglesias y de la sociedad civil que hacen funcionar a los albergues.
En vez de resistir a Trump, nos contagiamos de su xenofobia. El trumpismo mexicano nos retrotrajo a la criminalización de migrantes y de defensores de migrantes; quizá no jurídica, pero sí en el estado de ánimo exaltado de muchos compatriotas. En Tijuana, Tapachula y Tenosique hay muchas personas hospitalarias, pero el desorden y la saturación despertaron los sentimientos de rechazo.
No hay campaña contra la xenofobia que pueda convencer a un papá de Tenosique o de Tapachula que la saturación de hospitales por la cual no pueden atender a su hijo no es culpa de los migrantes. Tampoco alcanza dicha campaña para disuadir a sectores de la población que los migrantes traen consigo enfermedades contagiosas. Por ello, el gobierno federal tiene que acompañar a los gobiernos locales y a los pobladores para hacer frente a la sobrecarga de servicios públicos. Por lo demás, entre las élites mexicanas la hospitalidad ha sido selectiva. La otorgamos de mejor gana al exilio español y sudamericano que a los vecinos centroamericanos.
Una estrategia básica contra la xenofobia debe incluir los siguientes puntos: 1) producir y difundir información veraz y oportuna sobre las personas migrantes y sobre las migraciones internacionales, 2) identificar y combatir las expresiones xenofóbicas y antimigrantes, tanto en los medios de comunicación y redes sociales como en la acción cotidiana de las instituciones, 3) promover la cohesión social y 4) diseñar y ejecutar acciones prioritarias para promover el cambio cultural, con énfasis en el sector público, en los tres niveles de gobierno.
Que no se nos olvide que nosotros seguimos siendo quienes más migramos a Estados Unidos. Cuando Trump cumpla su amenaza de emprender deportaciones masivas de mexicanos, a ver cómo evoluciona la xenofobia mexicana.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico