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Hoy no voy a hablar de los candidatos a la Presidencia. Voy a hablar de los electores.
Nuestro atribulado país tiene remedio.
Junto al hartazgo y el enojo social, al que Gil Gamés llama poéticamente ‘el emputamiento generalizado’ (goo.gl/qUnstp), yo veo brotes de esperanza por todas partes.
Empecemos por nuestras madres, y dentro de ellas, las madres que rastrean a sus hijos e hijas desaparecidas, que recorren los montes y las orillas de los ríos, hasta dar con fosas clandestinas. No hay dolor humano más profundo que perder un hijo, y aun así ellas regresan de su agonía cotidiana para devolvernos la respiración.
Sigamos con los periodistas a quienes les debemos el conocer la verdad sobre la #CasaBlanca, la #EstafaMaestra, #ElCiclo, #Odebrecht y tantos casos más. No basta nuestro reconocimiento por su trabajo heroico que nos está abriendo los ojos sobre la colusión entre política y crimen: tenemos que protegerlos y cuidarlos.
Detengámonos en los millones de trabajadores que ven las noticias sobre la renegociación del TLCAN con la certeza de que ellos no están invitados a la fiesta, porque las cúpulas del poder han creado una economía que depende de la miseria, que le apuesta a la puerta falsa de ser competitivos castigando a los asalariados.
Continuemos con centenares de miles de emprendedores, grandes, medianos y pequeños, desde Tijuana hasta Tapachula, que ponen sus ideas a trabajar, su dinero a producir, su innovación para generar empleos y crear valor de manera honesta.
Hagamos una escala con quienes nos rescatan del abismo con la danza de Chinelos y los sones y jarabes, como la banda de Tlayacapan, Morelos; nos inspiran con sus letras de fuego y de promesa, como Valeria Luiselli; nos abrazan con sus esculturas de alas de libertad como Jorge Marín; nos revelan los secretos del alma, como las cocineras tradicionales de Michoacán.
Lleguemos hasta los mexicanos en el exterior, su red de talentos, hasta los Dreamers, quienes, contra todo pronóstico, sin papeles y sin derecho al voto, han transformado el escenario político en Estados Unidos con su coraje, su empuje por hacer valer su derecho a estudiar y a vivir en el país que los vio crecer. Y por amor de Dios acusemos recibo de la tragedia de su deportación, en medio de una terrible indiferencia de los mexicanos de acá ante su talento y su capacidad inmejorable de conectarnos con nuestros vecinos de allá.
De nuevo: no nos va a salvar candidato alguno.
Ni un lazo nos tirará algún partido político.
No va a echarnos una mano la cúpula empresarial.
Tampoco nos redimirá alguna iglesia.
La doctora Josette Altmann, secretaria general de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) me comparte esta sabia frase de Ricardo Jiménez Oreamuno, presidente de Costa Rica en el primer tercio del siglo XX: ‘Los ticos son, por suerte, como las mulas de noche en los malos caminos, que parece que huelen los precipicios. Los va salvando el instinto. Desconfiados, nunca se precipitan; calculadores, miden despacio las posibilidades; disimulados y cazurros, conocen bien el camino de su casa. Los costarricenses poco a poco van rumiando las cosas y adoptando lo que les conviene y apartando lo que no entienden bien o en lo que olfatean peligro’. Espero que los mexicanos mostremos esa sabiduría a la hora de las urnas.
Yo voto por los héroes y heroínas mencionados renglones arriba, y les digo: estoy contigo —hasta el hogar, la escuela, la oficina, la sala de redacción, la empresa, la fábrica, el surco, la línea de ensamble, el escenario del arte y la cultura, la pista deportiva, y tantos otros lugares donde su ejemplo cotidiano nos empuja a ser mejores personas y mantiene viva la llama de la esperanza en nosotros mismos.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico