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Un lector nada amable, que se tomó la molestia de comentar uno de mis artículos sólo para ofender, identifica mi oposición al gasto asistencialista como una crítica a determinada propuesta política. Me acusa de hacer trabajo sucio para un grupo. La majadería y la sinrazón no se contesta, no es argumentable. Mi convicción es que la descalificación del otro conduce a callejones sin salida, donde el intolerante acaba atrapado en sus propios odios y rencillas.
A veces, en mi fuero interno, me declaro incapaz para entender qué puede pasar por la mente de un personaje público, aquel que muchas personas apoyan, aprecian e incluso admiran, cuando propone que se corten las manos a un ser humano como castigo ejemplar. Me dan ganas de rendirme y no escribir una línea más. Sumirme en un profundo silencio, sentarme a observar cómo lo verdaderamente espeluznante se convierte en normal y lamentarme de la naturaleza del hombre, cuando lo humano es demasiado humano, se manifiesta su maldad.
¿De veras, alguien puede creer que la mutilación de una persona es el camino para recuperar la tranquilidad perdida por la inseguridad? Me es difícil responder a la pregunta, pero me confundo aún mas cuando reviso las noticias del día y encuentro lo inimaginable expresado por candidatos, intelectuales, periodistas y académicos. ¿Estaremos enloqueciendo colectivamente? ¿Serán los tiempos electorales concursos de fantasías? ¿Tiempos propicios para mentir sin que los otros se den cuenta del engaño?
No considero que el asistencialismo sea la vía para una vida mejor. Estoy convencido que lo gratis acaba costando más y que la subvención presupuestal como solución a los problemas es una puerta falsa que conduce a perpetuar la desigualdad social. No importa quién o qué partido la proponga, no la suscribo. Excepcionalmente, puede ser un paliativo a una tragedia -un terremoto o una inundación-, pero aún en estos casos hay que procurar prever el riesgo con reservas sociales – como lo es el FONDEN- e impulsar la conciencia de que sólo el trabajo solidario y el ahorro individual y colectivo son las vías para superar la pobreza extrema. Hay muchos ejemplos de esto en el mundo.
Esta reflexión fue inevitable. Había soportado con estoicismo la renta universal, el salario rosa, el pago a las jefas de familia, el precio fijo de los combustibles, las medicinas gratis para todos, pero lo que ya no pude resistir fue la promesa de bajar el precio de la cerveza -lo que es justo para la raza- en un video de una candidata. Esto fue superior a mis fuerzas. No soy abstemio, ni prohibicionista, ni voy a iniciar una campaña en contra del alcohol, simplemente, me devasta que cualquier ocurrencia sea atractiva.
En la propuesta de la cerveza barata no hay análisis del impacto en las finanzas públicas por la reducción del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS), ni un estudio de salud pública. Vamos, no hay un razonamiento válido sobre el aumento o disminución de la felicidad de las familias. Nada. Basta una medición de un posible efecto positivo en el voto para que la ocurrencia salga a la luz pública.
Por supuesto que no pretendo proponer que se prohíban este tipo de promesas electorales. Si en una de las democracias más avanzadas del mundo se creyeron el “camello” de la construcción de un muro fronterizo de más de tres mil kilómetros, por qué no respaldar la chela barata. Encarrerado el ratón hasta se puede proponer una política de sustitución de importaciones de cerveza para que sólo consumamos marcas nacionales -las grandes cerveceras son trasnacionales. Total, si da votos, tú suelta la promesa.
Para aquellos lectores que en lugar de mover a la sana reflexión mis palabras les abran el infierno de la ira -uno de los pecados mortales en la tradición católica- los invito a razonar su voto. Suscríbanlo a favor de quien los convenza, quien crean que los representa, con quien se identifiquen, quien les caiga simpático, quien sea el más guapo, quien sea un ejemplo para ustedes o quien les inspire confianza, en fin, es su derecho decidir por lo que consideren que es lo mejor para su país, su comunidad y ustedes en específico, en ese orden.
Sin embargo, hago un acotamiento. El día de la elección marquen el recuadro del candidato de su preferencia libre y secretamente. Denuncien irregularidades en el proceso. Defiendan el voto ciudadano, pero, por favor, no crean barbaridades para que no se desilusionen después y, sobre todo, no odien a quienes no compartan su forma de pensar, ni el sentido de su voto. Eso es vivir en una democracia sensata y madura.
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