El paso por México de la caravana migrantes hondureños despierta sentimientos encontrados, división de opiniones, que van desde la comprensión y solidaridad hacia las familias en el éxodo masivo, hasta la indiferencia, temor y rechazo de quienes ven amenazada su estabilidad.
En los poblados, el apoyo con alimentos, ropa, agua y ánimo deja patente que el pueblo entiende el padecimiento de abandonar la tierra y la familia en busca de un futuro incierto ante la negativa del presidente Donald Trump a recibirlos. En las redes sociales, hay manifestaciones de xenofobia, que si bien no son la mayoría, sí reflejan el lado oscuro que despierta la incertidumbre por lo que consideran una amenaza.
De la misma manera, el gobierno saliente y el que está por llegar, anteponen criterios disímbolos en el tratamiento de la crisis migratoria que conlleva esta caravana: por un lado se antepone un criterio legal que condiciona el tránsito que pronto es rebasado por la turba, hasta la oferta de apoyo y empleo, lanzada por Andrés Manuel López Obrador, sin una estrategia clara de política exterior de Estado. Lo cierto es que ante la reacción del gobierno mexicano saliente y entrante se percibe la ausencia de soluciones de lo que pronto será una crisis humanitaria asentada en nuestra frontera con Estados Unidos.
Esta caravana es la consecuencia de la falta de estabilidad política y económica en la región centroamericana. En donde los grupos delincuenciales aprovechan la inestabilidad política, la corrupción y el desgobierno, para hacer de las suyas en contra de la población. Ante la desesperanza no queda más que migrar masivamente, como no habíamos visto en esta magnitud en la historia reciente de América Latina.
Quién lo diría, el drama que viven miles de hondureños que huyen de la violencia, la desigualdad y la exclusión, es el mismo que durante décadas, han protagonizado millones de mexicanos que hoy habitan la Unión Americana, migrar para sobrevivir.
En lo personal, no considero opción ver con temor a la diáspora hondureña. El trato digno al ser humano que vive en límite de su existencia y decide jugarse el todo por el todo para salir adelante, es lo menos que nuestro país puede ofrecer.
La indiferencia tampoco es opción, lo que urge es que nuestro país defina una política institucional con visión de Estado para atender esta problemática que no va a terminar en el corto plazo, porque ya hay nuevas caravanas migratorias organizándose en los países centroamericanos y también estamos a las puertas de conflictos políticos en países como Nicaragua y el Salvador.
Por lo pronto hay incertidumbre en nuestro país y seguramente la caravana migrante llegará a nuestra frontera norte para asentarse ahí en espera de una respuesta de Estados Unidos, que no se vislumbra favorable, por lo tanto urge encontrar soluciones de atención a lo que puede convertirse en una crisis humanitaria de mayores dimensiones.
Las acciones que instrumenten México y Estados Unidos junto con la ONU en las siguientes semanas y meses definirá la suerte de los migrantes y dejará un precedente para los años siguientes. Pero insisto, es urgente una política exterior de Estado para México, que nos marque la ruta a seguir en los próximos años y no andemos dando palos de ciego en este grave asunto migratorio, en el que está en juego la vida de miles de personas. Hay que voltear a ver a Centroamérica con otros ojos, los de la solidaridad y el desarrollo integral, económico y político. Esa es la única salida.
Ex secretaria general del PRD