Este fin de semana entró a las costas de Carolina del Norte otro potente huracán más en lo que constituye un patrón de crecientes e incuestionables manifestaciones del irreversible calentamiento global producido por el hombre. Pero mientras el huracán Florence amainó al tocar tierra, hay otro fenómeno, éste más al suroeste en uno de los estados más importantes del país, que podría trastocar profundamente -y a la larga, también de manera potencialmente irreversible- la cartografía partidista y electoral de Estados Unidos.
Si bien todo indica que en las elecciones legislativas de noviembre los Demócratas recuperarán -por el momento aún poco claro por cuántos escaños (requieren arrebatarle 24 al GOP para obtener la mayoría)- el control de la Cámara de Representantes, en el Senado la ecuación es más compleja. Es cierto que el GOP cuenta con apenas un escaño de ventaja en ese recinto.
Pero las particularidades de cómo funcionan las elecciones estadounidenses de medio término, junto con el reto de que en noviembre los Demócratas defienden 24 escaños contra sólo 9 por parte los Republicanos , hacen que las probabilidades -a menos que haya un verdadero tsunami Demócrata que lo barra todo en un referéndum sobre el presidente Trump- se inclinen a favor de un Congreso cuyo control esté dividido entre ambos partidos.
Sin embargo, en el último mes y medio, la pelea por uno de esos nueve escaños Republicanos ha cambiado radicalmente de dirección, abriendo no solo interrogantes acerca de si los Demócratas podrían recuperar -contra todo pronóstico- también el Senado, sino además sobre el futuro político de Texas y del país.
Y es que el inefable senador Ted Cruz, ex contendiente por la nominación presidencial Republicana en 2016, está -en uno de los estados más Republicanos, que no ha elegido a ningún Demócrata al Senado o a la gubernatura desde 1984 y que no vota por un candidato Demócrata para la presidencia desde Jimmy Carter en 1976- en la pelea de su vida contra el joven Representante Demócrata de El Paso, Beto O’Rourke. Cruz, quien inició la campaña con una ventaja de doble dígito, se encuentra apenas 3 puntos arriba en la encuesta más reciente. Por primera vez, estrategas Republicanos están reconociendo que existe la posibilidad de que O’Rourke le arranque su escaño a Cruz y al GOP en noviembre.
Ex procurador estatal de Texas, de origen cubano-americano, con posiciones antimexicanas y antiinmigrantes, Cruz está mostrando su desesperación al buscar que Trump haga campaña a su favor en el estado. Sólo hay que recordar todo lo que le espetó el ahora Presidente a Cruz -e incluso a su esposa- en la primaria para aquilatar su desesperación, y ya no digamos la fibra moral de la que está hecho este senador texano con columna vertebral de una amiba. Frente a él, O’Rourke, descendiente en cuarta generación de inmigrantes irlandeses, con un parecido insólito a Robert Kennedy, apodado “Beto” (su nombre es Robert) desde el kínder por sus amigos mexicanos, que a diferencia de Cruz quien descartó su nombre de pila, Rafael, decidió quedarse con la versión en español del suyo, se ha convertido en el político más carismático del momento. El discurso de un buen político tiene el mismo efecto que un buen sermón.
Para quienes ya son creyentes, los revitaliza. Pero un discurso y narrativas poderosas también atraen al escéptico y pueden producir momentos de conversión cuasi espiritual. Eso es lo que están logrando los discursos de O'Rourke. Hace creer a la gente: creer que el país no tiene por que sentirse de la manera en que lo hace ahora, que las personas que piensan diferente aún pueden sostener una conversación, y que hay un Demócrata que bien podría volver a ganar una contienda estatal en Texas . Y este Demócrata está despertando un movimiento de base que no se veía en Texas desde hace muchos años, sobre todo entre moderados, independientes y adultos mayores. En la primaria Demócrata votaron un millón (contra 1.5 en la del GOP), pero 27% de quienes acudieron a votar en ella no lo hicieron en las últimas dos elecciones intermedias, lo que demuestra que la desagradable personalidad de Cruz y la molestia contra Trump podrían inclinar la balanza para este escaño texano en el Senado. Y es que si todos los votantes registrados en Texas saliesen a votar, sobre todo el gigante durmiente del voto hispano, el estado posiblemente se habría convertido en un estado Demócrata desde hace algunos años.
Pero el abstencionismo y la apatía entre votantes hispanos y afroamericanos son un obstáculo serio para los Demócratas, sobre todo en elecciones intermedias cuando por promedio, solamente sale a votar poco más de una tercera parte del electorado texano. Para México, la victoria de O’Rourke sería una gran noticia; ganaríamos un importante aliado en el Senado en momentos de enorme fluidez bilateral y en que potencialmente se avecina el debate sobre el TLCAN en el Congreso de EU.
A pesar de todo lo anterior, es posible que Cruz se reelija con una victoria estrecha en noviembre. Pero O’Rourke bien puede ganar perdiendo. Primero, se ha hecho de los reflectores nacionales, demostrando que más que la ideología, la clave en 2018 son el carisma y la personalidad de un candidato. Segundo, aunque pierda, su candidatura podría ayudar -si eleva índices de votación Demócratas- al partido a ganar dos o tres distritos texanos clave, abonando a la victoria Demócrata en la Cámara de Representantes. Y tercero, abre un horizonte real de que Texas, estado clave en el Colegio Electoral (cuenta con 38 votos, sólo por detrás de California con 55), pudiese inexorablemente teñirse de azul (Demócrata) en el transcurso de una generación. Y el día que eso ocurra, el GOP y sus aspiraciones a la Casa Blanca se evaporarían. Sin los votos de Texas en el Colegio Electoral , el Partido Republicano no tiene manera, con cualquier variación y combinación de estados, ganar el Colegio Electoral. Sería juego, set y partido.
El GOP lleva ya años sembrando vientos en temporada de tempestades. Beto podría ser un huracán premonitorio de lo que se cierne sobre la fortuna político-electoral del GOP.