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La segunda mitad del período presidencial de Donald Trump arranca con un presidente acosado, irascible, ensimismado y bestialmente desinformado; con cierre de gobierno, una Cámara de Representantes en manos de la oposición, sentencias contra ex colaboradores, volatilidad en mercados financieros y las renuncias de dos titulares más de su equipo: el secretario de Defensa y el jefe de gabinete. Y las preguntas clave que debemos formularnos, particularmente en un país como el nuestro con una relación bilateral única en donde la política interna y la política exterior se entreveran sin distinción alguna, son ¿qué tan mal están la cosas? y ¿pueden empeorar?
El 2019 será poco productivo políticamente, sobre todo porque no está claro si Trump advierte la realidad política alterada que confronta a partir de ahora, si bien usar en la misma oración las palabras “realidad” y “Trump” es un non sequitur. Hace mucho que Estados Unidos no estaba tan polarizado como ahora. Evidentemente no se compara con la disputa que partió en dos a la nación en torno a la esclavitud o la lucha contra la segregación. Pero de la misma manera en que aquella fue percibida como un tema existencial tanto para la Confederación como la Unión, hoy un gran número de demócratas y republicanos se ven unos a otros como una amenaza a sus valores y forma de vida. Es un país con dos partidos atrincherados y un presidente decidido a exacerbar las divisiones, que ve la polarización como una oportunidad, obligando a su partido a escoger ente él y el ‘enemigo’. Eso en parte explica por qué a pesar de la retahíla de escándalos, su apoyo al interior del GOP casi no se ha movido. Entre el 37 y el 42% de los estadounidenses siguen apoyándolo, números que lo encasillan en la impopularidad, pero a la vez lo mantienen electoralmente competitivo. El principal imperativo electoral del GOP desde que Karl Rove —estratega electoral de George W Bush— lo volviese prioritario sobre todo en 2004, es maximizar la movilización del voto duro del partido. La decisión de Trump de forzar el cierre del gobierno para orillar al Congreso a otorgarle recursos para su muro fronterizo es parte de su total apuesta a la inmigración como el tema bandera que mantendrá motivada a su base y lo llevará a la reelección. Y si bien todos los datos duros contradicen la narrativa xenófoba y demagoga de Trump que describe a EU acosado por la inmigración descontrolada y a ésta como la fuente de un conjunto de agravios económicos, culturales y de seguridad, esa lectura se está enraizando. En la elección intermedia de noviembre, el 23% de votantes que identificaron la inmigración como el principal reto de EU, respaldó a candidatos del GOP por un margen de 52 puntos. Ello explica las victorias republicanas en el Senado en estados como Indiana, Missouri y Dakota del Norte. Una encuesta de Quinnipiac de fines de diciembre encontró que el 54% de los votantes se oponen a construir un muro en la frontera, pero el 86% de los que se identifican como republicanos lo apoyan.
Trump crecientemente estará distraído por su campaña de reelección. Pero hay tres factores que deberían preocupar al mandatario y al GOP en los meses por venir. Primero, las elecciones intermedias les dejan un saldo complejo. Ya sin Hillary Clinton en una boleta, resulta que los tres estados que Trump le arrebató al Partido Demócrata en 2016 (Wisconsin, Michigan y Pennsylvania) se están volviendo a teñir de azul, mientras que estados del sur con nuevos votantes hispanos se están haciendo crecientemente demócratas, como lo mostraron resultados cerrados en Arizona, Florida, Texas y Georgia. Y si bien la apuesta del presidente de movilizar a su voto duro —hombres blancos— le ayudó a retener el Senado, no hay una sola tendencia sociodemográfica del país que sea electoralmente favorable para el GOP en el mediano y largo plazos. Segundo, a las investigaciones en curso en Nueva York y a cargo del fiscal especial Robert Mueller, se suma un tercer frente con una Cámara Demócrata que ya está preparando investigaciones y citatorios contra Trump. Y tercero, la expansión económica en el país parece estar volando con vapores de gasolina, y una recesión podría reventar a la mitad de la campaña de reelección del presidente.
Todo esto arroja respuestas claras pero alarmantes: se avecina un año muy complejo en EU y, de manera inescapable, para México.
Consultor internacional