Llegó la hora de la verdad. Como ocurre cada seis años, el proceso electoral que definirá al nuevo tlatoani , concentra la atención; aunque es mucho lo que está en juego (la renovación del Congreso de la Unión y de muchos Congresos locales, gubernaturas y alcaldías), la madre de todas las batallas es la elección presidencial.
Las condiciones sociales, económicas y políticas
que prevalecen en el país son muy distintas, para mal, respecto de las que vivieron las generaciones precedentes. Lo que apenas se asomaba en la agenda electoral del año 1982: el ascenso del crimen, hoy se ha vuelto una crisis que parece inmanejable y cuya violencia alcanza niveles de horror; son cada vez más escasos los territorios en los que aún prevalece una frágil tranquilidad.
En lo económico, las bendiciones que traerían consigo las “reformas estructurales” en el último tramo de esta administración —un crecimiento vigoroso, cercano al 6 por ciento—, se frustraron: el promedio de crecimiento de los seis años del gobierno de Peña Nieto será tan mediocre como en los últimos treinta años.
En lo socio-político, frente a los notables esfuerzos de organismos ciudadanos como México Evalúa, el Imco y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, por lograr en el ejercicio público mayor transparencia , rendición de cuentas y un gasto inteligente y honesto, se han impuesto los peores usos del poder: una corrupción desbordada, los intentos por capturar a los órganos ciudadanizados y la decisión de lastrar los modestos intentos por construir un Sistema Nacional Anticorrupción.
Lo anterior, que apenas ofrece los trazos de un gobierno fallido , hace que los ciudadanos lleguen a su cita con las urnas con altas dosis de hartazgo, duda y desasosiego. Para muchos, la opción reside en votar por el que estiman como “el mal menor”.
¿Cómo se articularán las principales variables que definirán los resultados: el despliegue de las maquinarias político-electorales , los impactos del ejercicio de gobierno sobre el humor colectivo, los amarres con los poderes fácticos, las estrategias de campaña, las ofertas y la operación a ras de suelo de los gobernadores, por citar algunas?
¿Qué tan eficaz resultará la compra de votos y el aparato del PRI para movilizar a sus militantes y simpatizantes? ¿Qué papel jugará el voto de castigo, cuál el voto en defensa propia y cuál el voto útil? ¿ Cómo sufragará el grueso de los indecisos y cuál será su impacto?
¿Tendrán razón quienes aseguran que el PRI retendrá la Presidencia simplemente porque hará lo que sea para retener el poder, lo que sea? Porque quienes han usufructuado en los últimos años un poder sin límites, saben que si pierden la elección presidencial podrán ser exhibidos, procesados y llevados a prisión, y están dispuestos a hacer lo necesario para evitarlo.
Este domingo puede marcar un punto de inflexión. En un país que suele trazar su historia en sexenios, tenemos la oportunidad de escribir un nuevo capítulo conducido por una generación que, en vez de “asaltar” el poder, tenga una verdadera vocación de servicio y amor a México ; que ponga a la educación en el centro de sus proyectos y reconozca a los maestros como actores centrales del proceso educativo; que sea responsable en la conducción económica y replantee las prioridades del gasto público; que reduzca la pesada burocracia y cancele los privilegios y el dispendio de la clase política ; que atienda las enormes disparidades regionales y promueva el desarrollo de las zonas olvidadas...
Una administración que instrumente una verdadera política industrial y revierta la sobrerregulación que inhibe la inversión y favorece la extorsión de funcionarios deshonestos ; que atienda las verdaderas prioridades de un país lastimado por la violencia, la pobreza y la desigualdad; que combata la corrupción y la impunidad; que frene el desarrollo urbano anárquico y privilegie el cuidado del medio ambiente...
Un capítulo en el que los ganadores no sean los de siempre —una ridícula minoría de menos del uno por ciento—, sino en el que ganemos todos… Un tramo de la historia construido con la generosidad social y la responsabilidad gubernamental, que nos devuelva el orgullo de ser mexicanos… Se vale soñar.