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Millones de mexicanos recibirán el año 2019 con un optimismo desbordante. Son esos que por mucho tiempo esperaron la llegada de un presidente comprometido con el pueblo, sensible a su dolor y a su pobreza, como Lázaro Cárdenas. Hoy, ese presidente está ya en el poder y ha ordenado que se cumplan, sin dilación, sus promesas de campaña: duplicar la pensión para los viejos; becar a los muchachos que no tienen empleo (“becarios sí, sicarios no”); arrumbar la vieja política de seguridad y reemplazarla con otra que atenderá las raíces de la violencia (“no combatir el fuego con el fuego”); terminar con los privilegios de la clase política; imponer la austeridad y la honestidad desde arriba “como se barren las escaleras”.
En la vorágine, el activista social transmutado en jefe de Estado ha dispuesto la construcción de cien nuevas universidades (no quince o cuarenta y seis, cien), sin que haya claridad respecto a ese número mágico, su ubicación, sus contenidos curriculares, su profesorado.
El Tren Maya y una nueva refinería en Dos Bocas, Tabasco, son dos megaproyectos que arrancan sin los más elementales estudios de factibilidad, análisis de su impacto ambiental o social o sus proyectos ejecutivos. Los estudios técnicos que ordenan las leyes se han reemplazado por un atávico “permiso” de la Madre Tierra. La democracia participativa reducida a ejercicios fantasmagóricos de “consulta al pueblo”.
Caracteriza a este gobierno la desconfianza en los órganos autónomos (INAI, INE, CRE y otros), como se constata con la reducción a sus recursos, igual que en organizaciones de la sociedad civil como Mexicanos contra la corrupción o México evalúa.
Otro de los episodios de los primeros días del gobierno ha sido el choque con el Poder Judicial (“corruptos” ha llamado Andrés Manuel a los ministros) y la defensa, por parte de los juzgadores, de privilegios groseros. No menos cuestionable es un Plan de paz que olvida a las policías municipales y estatales y entrega el mando, que debiera ser civil, a la Secretaría de la Defensa.
Los millones de viejos pobres que recibirán su pensión y sus familias, los jóvenes y los discapacitados beneficiados por sus programas tendrán un inicio de año esperanzador; su gratitud al “presidente de los pobres” será perpetua.
Pero no todo es dicha, o no para todos. Decenas de miles que votaron por Morena viven en estos días el desconcierto y el coraje de su despido y del de quienes por muchos años cobraron bajo el régimen de honorarios (los sindicatos de la burocracia se lavan las manos, “no eran sindicalizados”) y hoy están en la calle. En algunas ciudades, como León, la cesantía ha sido grosera, autoritaria, no esperaron siquiera a que pasaran las fiestas de fin de año.
Por eso, mientras millones de mexicanos viven con euforia el cambio de régimen, otros observan con desasosiego decisiones que parecen absurdas, disparatadas: la mayor de todas, cancelar el proyecto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, reemplazarlo por un sistema aeroportuario que incluye el aeropuerto de Toluca y el militar de Santa Lucía y que le entrega las obras al Ejército; obras que suponen ciertas especialidades técnicas y que ahora realizará (o subcontratará) la Secretaría de la Defensa Nacional, la misma que hizo o subcontrató la barda perimetral en Texcoco, uno de los primeros escándalos de ineptitud y corrupción del NAICM. Eduardo Ramírez, presidente de la Cámara de la Construcción, ha expresado su desconcierto y ha llamado a incentivar la participación de la iniciativa privada a través de una competencia real y abierta.
“Abrazos, no balazos”, dijo López Obrador en uno de los debates electorales. Sin embargo, un despliegue de soldados y marinos, adosado por policías federales, será el encargado de atender las 266 regiones en las que se ha dividido el país. Los soldados —vilipendiados en tantos discursos de campaña—, irrumpen como protagonistas de la Cuarta Transformación.
¿Qué se espera del programa Jóvenes construyendo el futuro, si en la informalidad, en un crucero muy transitado, esos muchachos pueden obtener en unas cuantas horas ingresos superiores a $3,600.00 (por no hablar de los ingresos de “halconcitos” o sicarios), sin tener que cumplir odiosos horarios ni estar sujetos a una autoridad que repudian porque están acostumbrados a su libertad callejera? ¡Qué endemoniadamente difícil es convertir slogans en políticas públicas!
Millones de mexicanos, los más, recibirán el año nuevo con emoción, con fervor, pero otros millones esperan el 2019 con aprehensión, incertidumbre, incluso, miedo. De cualquier manera, amigos: ¡Feliz año nuevo!
Presidente de GCI. @alfonsozarate