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En Leaving Neverland -el terrible (por su contenido, no por su manufactura) documental dirigido por Dan Reed, sobre la historia de dos chicos (hoy adultos) que narran a acuadro la tremenda historia sobre cómo la superestrella del pop, Michael Jackson, los asaltó sexualmente cuando eran apenas unos niños fanáticos del cantante- hay un momento donde el director entrevista a los padres de las víctimas y estos, ufanos y sonrientes, recuerdan la vida de rey que vivieron cuando Jackson los invitaba (siempre junto con sus hijos) a la famosa mansión de Neverland, donde nunca faltaba nada, el champagne corría y el lujo era la regla.
Cuando el director los cuestiona si acaso no se les hacía extraño que el cantante pasara tanto tiempo con sus hijos, incluso que durmiera con ellos, los padres narran que empezaron a tener dudas, pero nunca pasó de ahí: Jackson parecía a su vez un niño y pues bueno, la atención, la comida y la bebida eran de primera.
En Parchís: El Documental, el director Daniel Arasanz entrevista una sola vez a los papás de uno de los niños de aquel quinteto infantil que a finales de los 70’s y principios de los 80’s, tomaron por sorpresa desde la madre patria a casi toda latinoamérica, principalmente Argentina y México.
Los padres de este niño cantante super famoso no se ven precisamente contentos, pero su enojo no es por la explotación de los empresarios a sus hijos, no es por las condiciones de trabajo ni porque a su hijo básicamente le hayan borrado la infancia para estar cantando frente a miles de fanáticos. No, el enojo de estos padres es porque ellos no vieron el suficiente dinero. ¿Quién se quedó con toda la fortuna que hizo Parchis?. Ése es el gran misterio.
Estrenado exclusivamente en la plataforma de streaming de Netflix, Parchís: El documental es el seguimiento de un grupo fenómeno que hoy día aún cuenta con trasnochados fans cuarentones que siguen suspirando con las canciones que forjaron (no sin un dejo de ironía) su propia infancia.
Luego de un boom natal en España, algún productor con mucho colmillo se dio cuenta que tanto niño en las calles necesitaba de canciones infantiles, y qué mejor que unos niños le cantaran a su vez a otros niños. En el casting eligieron, casi al azar, a 5 infantes de diferentes edades, con ciertas habilidades de canto y otro tanto de carisma. Con un puñado de canciones y una melodía muy pegajosa como himno (la omnipresente “Parchis-chis-chis, Parchis-chis-chis, es el juego de colores”….etc) salieron al mercado y simplemente lo rompieron.
Aquí si aplican todos los clichés a los que recurren los biopics musicales horribles como Bohemian Rhapsody (Singer, 2018): aquí en efecto el grupo pegó desde el primer disco, aquí en efecto la fama y la fortuna fueron básicamente instantáneos, y acá también hubo broncas, rivalidades, e incluso despertar sexual que se saciaba entre los mismos integrantes del grupo.
Los niños, que básicamente perdían un poco de infancia a cada gira, se comportaban -según los testimonios de muchos adultos que fungieron como tutores, maestros y viles pilmamas de estos cinco demonios- como rockeros, destrozando habitaciones, aventando muebles por la ventana o incluso sufrían (en el caso de Tino, el mayor del grupo) del acoso de las fans (y de las mamás de las fans) que en no pocas ocasiones lograban colarse en la habitación del preadolescente con intenciones inenarrables.
La conexión de este documental con el de Michael Jackson es obvia. En ambos trabajos llega un momento en que nosotros, el espectador, cuasi le gritamos a la pantalla: ¿y dónde están los papás?
En Parchís, los papás eran incluso más displicentes que en el caso de Jackson: mientras el quinteto se encontraba conquistando todo latinoamérica en multitudinarias y millonarias giras, los papás seguían en España y sólo uno de ellos se comunicaba por teléfono una vez a la semana.
Parchis creó toda una revolución en habla hispana, a partir de este exitosísimo experimento surgieron boy bands latinas del tipo Menudo, o incluso el mismísimo Timbiriche, grupo creado desde Televisa con el firme propósito de torpedear la fama de Parchís y quedarse con parte del pastel. El fracaso fue rotundo.
Lo que terminó por acabar con Parchís fue, por un lado, esa horrenda etapa de la vida llamada adolescencia, y por otro lado, los malos manejos, las transas y por supuesto, la ausencia casi total de los padres.
El documental está hecho desde el peor lugar posible: la admiración, pero aún así, la historia es demasiado jugosa como para que alguien pudiera arruinarla con una mala narrativa. El documental se deja ver, es divertido, impresionante por las anécdotas, pero al final (y a pesar de que el director trata al grupo con mucho cuidado y cariño) es imposible no ver el elefante en la sala: la historia de Jackson, la de Parchis, y quién sabe cuántas historias más de explotación infantil a costa de la fama y la fortuna, tienen la misma raíz: un par de padres despreocupados, ambiciosos, y más atentos a la chequera, los lujos y la fama de sus pobres hijos ricos.