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Al inicio de Annabelle Comes Home (USA, 2019), tercera entrega de la serie (al parecer inagotable) de spin-off’s de El Conjuro (The Conjuring, Wan, 2013), los Warren llevan por una oscurisima carretera a la temible muñeca del título cuando repentinamente el auto se descompone y, para rizar más el rizo, se quedan varados justo a lado de un cementerio.
La escena en sí es ridícula pero, la cámara etérea de Michael Burgess, la oscuridad que todo lo cubre, el score de Joseph Bishara y el temple de Vera Farmiga interpretando a una estoica Lorraine Warren me hicieron pensar que lo único interesante de esta saga es justo los Warren. Luego entonces la pregunta es: ¿por qué nos siguen torturando con más y más películas derivadas de El Conjuro que hablan justo de todo menos de lo realmente interesante, que son los Warren?
En esta cinta vemos cómo el matrimonio de investigadores paranormales encierra en una caja de cristal (previo baño de agua bendita) a la famosa muñeca que, ahora nos enteramos, no es que esté poseída sino que sirve como faro y transporte a espectros que buscan (ahí sí) poseer almas humanas.
La trama es una mezcla rara entre las comedias teen de John Hughes mezclado con Jumanji (Johnston, 1995). Los Warren tienen que salir de casa y dejan a su pequeña hija, Judy (McKenna Grace), con su niñera, la adolescente Mary Ellen (Madison Iseman) y la mejor amiga de esta, Daniela (Katie Sarife). Definitivamente esto no parece ser una buena idea, siendo que en el sótano de la casa se encuentra el museo (bastante pobre si se compara al de Guillermo del Toro) de todos los objetos demoniacos que los Warren han coleccionado de los múltiples casos de fantasmas a los que se han enfrentado, incluyendo la mentada muñeca de marras.
Total, la tonta amiguita de la niñera, no sólo se mete al dichoso sótano sino que además deja libre a Annabelle, a pesar del letrerote en la puerta de cristal donde dice que no se debe abrir. Claro, hubiera sido más seguro ponerle un candado a la caja, o que en vez de cristal, que se tratara de una caja fuerte, pero vamos, ¿dónde está lo emocionante en todo eso?
Los espectros salen de todas partes, y las niñas tienen que cuidarse entre ellas mismas de los fantasmas auténticamente chocarreros que lo mismo rompen vasos que cambian de lugar objetos. La cosa se vuelve más complicada porque estamos en la década de los 80’s, aún falta mucho tiempo para que inventen el iPhone y entonces llamar a los Warren o Instagramear la experiencia son dos absolutas imposibilidades.
El director y guionista a cargo es el debutante Gary Dauberman, individuo obseso con el cine de terror (responsable del guión de la nueva IT entre otras) al que sin embargo se le agotan los recursos rápidamente.
Y es que el arsenal que utiliza el director para conectar los sustos es decididamente pobre: silencio en las tomas, oscuridad casi total y una lentitud de acciones como para nomás cucar al respetable que ya para entonces espera un jumpscare que probablemente nunca suceda… o sí.
Reconozco que algunas de estas piezas provocan verdadero susto pero, como el truco no deja de ser el mismo en toda la película, llega un momento en que lo que pase en pantalla ya no importa, la cinta se vuelve tediosa y predecible, dejando el verdadero show de esta película en la gente, en el público, quienes gritan, se espantan y demandan más de la muñeca Annabelle.
Ojalá esas peticiones no sean escuchadas.