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El presupuesto de un gobierno es su radiografía. No muestra la apariencia externa del poder, menos su ropaje, sino los huesos que sostienen su postura ideológica. Cuando los ingresos truecan en egresos la demagogia se disipa; el dinero va a donde están las prioridades reales de quien gobierna. Ojo: también en el pragmatismo hay credos, así sean inconscientes o solapados. Distribuir fondos finitos es priorizar proyectos y asumir, derecha o torcida, una escala axiológica. Es verdad que a menudo se hacen asignaciones para crear o mantener clientelas, pero existen disyuntivas que no pueden resolverse mediante consideraciones electorales. Por eso, si se quiere conocer la ideología de un gobernante, es más útil leer sus decretos presupuestales que escuchar sus discursos.
En el caso del presidente López Obrador, ¿qué dice su primer presupuesto? Dice que, como muchos advirtieron, es austero, proclive al asistencialismo, al “electoralismo” y al centralismo, y que, como pocos señalamos, es prudentemente ortodoxo en el manejo de las finanzas públicas. Y es que si bien dedicó bastante dinero a los rubros de bienestar social, no sufragó ese sobregiro con mayor endeudamiento ni con más impuestos. Lo que hizo fue adelgazar Secretarías, forzar un plan de austeridad en el Congreso y en la Corte y reducir recursos a los estados y a los municipios (donde por cierto pagaron justos por pecadores, porque hubo entidades injustamente maltratadas). Es decir, refrendó a nivel federal la primacía del Ejecutivo en el eje horizontal —sobre el Legislativo y el Judicial— y en el eje vertical —sobre los otros dos órdenes de gobierno— y refrendó así el presidencialismo mexicano, que desde la posrevolución crucifica la división de poderes y el federalismo.
Aquí surgen dos consideraciones. 1) Hay quienes ven una línea de continuidad entre la restauración autoritaria del sexenio anterior y la concentración de poder del actual. Yo aprecio una diferencia sustancial: Peña Nieto cimentó el predominio de la Presidencia de manera subrepticia, con una alta dosis de corrupción, en tanto que AMLO lo erige abiertamente, usando su mayoría legislativa y su músculo popular. El primero cooptó y el segundo confronta; uno enriqueció contrapesos y obtuvo complicidad, el otro los empobrece y los debilita, con la lanza de austeridad y anticorrupción en ristre. Cualquier autoritarismo es condenable, a no dudarlo, pero los métodos de construcción importan. 2) La intención de ganar votos está presente en todos los presupuestos, y el de AMLO no es la excepción. Sería ingenuo pensar que es ajeno al cálculo electoral su diseño de las “súper delegaciones”, de la canalización directa de apoyos, y aun el de las consultas y la revocación de mandato. El problema es la correa de transmisión. Si Morena no se convierte en un partido poliárquico, los rendimientos serán contingentes.
Finalmente respondo la pregunta de si el de AMLO es un presupuesto de un gobierno de izquierda. Sí y no. No lo es porque la práctica izquierdista universal entraña políticas fiscales redistributivas, es decir, más impuestos a los de arriba para pagar los subsidios de los de abajo, y esa reforma no está en su proyecto (lo que dicho sea de paso no deja de extrañarme). Sí lo es por la cantidad de recursos que dedica a pensiones, becas y en general a programas sociales. Yo no compro el argumento de que esto atañe a la vieja izquierda, porque creo que la red asistencial de la socialdemocracia europea de mediados del siglo XX debe reeditarse, particularmente en un país con tantos rezagos y carencias como el nuestro.
Presupuestalmente, como todo hombre de poder, AMLO apunta a su hegemonía. La cancelación del aeropuerto le granjeó antipatías en el círculo rojo, la crisis de la gasolina podría llegar a consumir parte de su capital, pero la oposición sigue sin entender que el único tema en el que por ahora puede ganarle en su terreno, en el círculo verde, es el del combate a la impunidad del régimen anterior. No a la amnistía debería ser el mantra de los opositores, cuya agenda es hoy muy débil frente al arrastre popular de AMLO. Y esto es malo porque cataliza uno de esos desequilibrios hegemónicos que dañan a la democracia.
Analista político. @abasave